"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


sábado, 6 de marzo de 2010

Pasión dominante: descubrir al otro como parte de mi yo...



Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, y andaban todo el tiempo juntos. Así que, esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, beber y divertirse.


Un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se van al pueblo para aprovechar las pocas horas que iban a permanecer en tierra. En el camino se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de ellos se detiene y le dice al otro que lo espere, que quiere conocer y conversar con esa mujer. El amigo, al verla y notar que esa mujer no es nada del otro mundo, le dice que para qué, si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y divertidas. Sin embargo, sin escucharlo, el primero se acerca a la mujer y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. La mujer escucha cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente le dice al marinero que las costumbres del lugar le impiden hablar con un hombre, salvo que este manifieste la intención de casarse con ella, y en ese caso debe hablar primero con su padre, que es el jefe o patriarca del pueblo. El hombre la mira y le dice: "Está bien. Llévame ante tu padre. Quiero casarme contigo". El amigo, cuando escucha esto, no lo puede creer. Piensa que es una broma, un truco de su amigo para entablar relación con esa mujer. Y le dice: "¿Para qué tanto lío? Hay un montón de mujeres más guapas en el pueblo. El hombre le responde: "No es una broma. Me quiero casar con ella. Quiero ver a su padre para pedir su mano". Su amigo, más sorprendido aún, siguió insistiendo con argumentos tipo: "¿estás loco?¿Qué le has visto?¿Qué te ha pasado? ¿Seguro que no tomaste nada?" Pero el hombre, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca de la aldea. El hombre le explica que habían llegado recién a esa isla, y que le venía a manifestar su interés de casarse con una de sus hijas. El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costumbre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse. Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas, por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 vacas, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes. El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vio lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 3 vacas. "Está bien" respondió el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas". El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: "UD. no entiende. La mujer que eligió cuesta tres vacas, mis otras hijas, más jóvenes, cuestan nueve vacas". "Entiendo muy bien", respondió nuevamente el hombre, "me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve vacas".


El tiempo pasó, el marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos y siempre recordaba a su amigo y se preguntaba: ¿qué estaría haciendo?, ¿cómo sería su vida?, ¿viviría aún?. Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida.Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo.


Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo. El marinero no paraba de preguntar: ¿Y cómo te fue?, ¿Te acostumbraste a vivir aquí?, ¿Te gusta esta vida?, ¿No querrás volver?. Finalmente se anima a preguntarle: ¿Y como está tu esposa?.Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: "Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños".El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, pregunto: "¿Entonces, te separaste?", No es misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?."Si" dijo su amigo, "es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás"."Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?", preguntó el marinero. "Muy sencillo" respondió su amigo. "Me pidieron de dote 3 vacas por ella, y ella creía que valía 3 vacas. Pero yo pagué por ella nueve vacas, la traté y consideré siempre como una mujer de nueve vacas. La amé como a una mujer de nueve vacas. Y ella se transformó en una mujer de nueve vacas".

En este caso, podemos decir que se cumplió la máxima agustiniana: "Pon amor donde no hay amor y sacarás amor". Es verdad: La vida nos lleva a tratar a las personas de diferentes maneras. Nuestra forma de ser, de afrontar la vida, nuestro carácter. Nos pueden los criterios, las apariencias, el qué dirán...

Podemos dividir "nuestras gentes" en tres grupos:
1. Personas valoradas: son aquellas que nos “aportan” algo, nuestros modelos, gente que nos ayuda, gente que demuestra que nos quiere.
2. Personas “toleradas”: no queda otro remedio que “padecerlas” todos los días: pero las mantenemos en su límite, las toleramos, las aguantamos; pero hay días que nos cuesta más tenerlas delante. Nunca sabes si están a favor o son indiferentes...
3. Personas que no podemos ver delante: aquellos que nos la han armado, que sabemos nos critican y ponen por delante la sonrisa; aquellos que nunca han contado con nosotros, aquello que nunca nos han valorado.

Es la experiencia de toda persona, de sus círculos de amistades, conocidos y “enemigos”. Pero es necesario -de vez en cuando- pararse a meditar: ¿pensáis que vosotros sois mejores? ¿piensas que eres mejor que los demás? ¿Damos siempre otra oportunidad? ¿Cómo lo demuestras?

No se trata de ir dando abrazos por la vida o ser “la tonta del bote”; con los pies en la tierra, pero poniendo amor en mis obras: no ser igual que los demás, no dejarme llevar por el ritmo “clasista” de nuestra sociedad. ¡No! Dejarme llevar por el ritmo de la acogida, respeto, humildad, servicio, perdón, alegría, pasión... ¿Qué verbos son los dominantes en tu vida? ¿Cuál es el rumor de fondo que oyes en tu corazón?

Esta semana os invito a que pensemos en ello. ¿Son los demás una carga pesada o ayuden/les ayudas en tu vida? ¿Crees verdaderamente en los demás, en sus posibilidades? ¿Tan difícil es acercarse y decir: sigo contando contigo? Os dejo con Pablo, el que leen en las bodas por la iglesia: el amor es comprensivo, servicial, no es envidioso ni orgulloso. Todo lo puede, todo lo perdona porque el amor no pasa nunca ¡¡¡¿¿¿ES TU VIDA ASÍ???!!!

¡Démonos otra oportunidad! ¡Démosle otra oportunidad!