"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Es mi última palabra!

¡Cómo nos encanta tener la razón! Jueces y señores de la vida, nos constituimos en norma de todo cuanto se mueve a nuestro alrededor. ¿Quién no se ha levantado alguna vez de alguna situación que le desagradaba? ¡Aquí estoy yo y aquí os quedais vosotros! Creemos que habíamos salvado nuestra dignidad ¿y fue así? Creemos reafirmarnos en nuestro yo si somos capaces de hacer cerrar la boca a otros. Siempre tenemos algo que decir respecto a los demás, respecto a sus obras.
¿Cuál es la última palabra en tus conversaciones? ¿Sobre los demás? ¿Sobre lo que acontece al que te cae mal? Nuestras últimas palabras sobre los demás encenderían nuestros ánimos si fueran sobre nosotros. Pero resulta muy fácil -y barato- hablar de los demás, por que siempre tienen la sana costumbre de no aparecer en ese momento. ¿Quién no ha sentido la tentación de no levantarse de una mesa cuando en pleno apogeo están cortando trajes a otros? ¡Cualquiera se levanta! Sabes que el siguiente es para ti.
Pero es verdad que por mucho que quieras cambiar la situación, poco podrás hacer. Pero si puedes intentar una última palabra: el amor. No se trata de convertirse en un bote de miel, sino en ser capaz de no igualarte, de no decir 'mira cómo son' pero en cuanto tienes la oportunidad eres peor que ellos.
La lengua, el mal de nuestra sociedad, el arma de los cobardes que prefieren sonreir a la cara, pero nunca decir su verdad. La lengua, fría lápida de sepultura que nos encierra en el nicho oscuro de nuestra soberbia aplastados por nuestro egoismo.
Por eso, nuestra última palabra es el amor. Sentirse útil, saber que te pueden necesitar, hacerse el encontradizo, no esperar a que te llamen, hablar sólo para alabar o disculpar, no hablar de más, saber callar... Todo un reto. Siempre necesitamos unos hombros, en los que a veces tocará reir, llorar, consolarse, abrazarse... Un amigo nunca se siente utilizado sino servicial. Pero si quieres que los demás lo sean, primero tendrás que sembrar... ¿Cómo sueñas que te llame el que nunca tiene tu número en las últimas llamadas?
Todo un reto: la lista de amigos ¿cuánto tiempo, dinero, esfuerzos, gastas en ellos? Ahí la medida, la calidad de tu amor. Cuaresma, examen.

miércoles, 7 de marzo de 2012

un mundo de copiones


Vivimos una realidad curiosa, mareada por el vaivén de las olas de la moda. Depende cómo quieras ser o qué pretendes que descubran los demás en tí, imitarás a una u otra persona. Tenemos para todos los gustos y variedades: clásicos, yuppies, góticos, ejecutivos, hippies, pijos...
Bandas urbanas, grupos sociales, clubs de deporte, asociaciones varias... A todos nos pueden encasillar en algo. Y todos, claro, debemos responder a esos moldes.
Nos hemos encargado de dejar a la libertad el poco margen de decidir qué quiero ser cada mañana. Pero la elección ya está hecha de antes: en el armario y la ropa ya colgada de antemano, en las llamadas o mensajes que mande a determinadas personas, en los amigos que escoga para pasar la tarde o ver un partido. Nos creemos realmente libres, pero de eso nada.
Podemos decidir si dejamos de lado una invitación de amistad de las redes sociales, o si un día nos creemos "liberales indignados" y nos saltamos el horario... pero no nos equivoquemos: mañana nos volveremos a enroscar en la manta que nosotros mismos nos hayamos liado. Nos gusta que nos identifiquen, nos encanta que nos clasifiquen, no nos gusta ser iguales a los demás. De este modo las diferencias -creemos- nos hacen más auténticos ¿más libres? No, realmente más encerrados en nosotros mismos.
¿Cuál es el verdadero camino? Ser realmente uno mismo. Pero no es nada fácil, ya el pobre Diógenes caminaba desnudo buscando una persona. No dicen si la encontró. El gran reto de cada uno es llegar a atreverse a mirarnos tal cual somos en el espejo: sin disfraces, sin caretas, sin miedos o temores, sin rencillas.
No se trata de ir por la vida por libre, claro. Unas normas mínimas de convivencia nos harán recordar que somos humanos y no animales. Pero dejar los corsés en el armario y decidirse a caminar por libre, sabiendo de quién te puedes fiar (en primer lugar, de tí mismo), será la mejor señal... No vivir preocupado por miradas o comentarios, saber que cada día tú eres la mejor decisión, experimentar que la mejor felicidad es saber que vives satisfecho contigo mismo -guste o no guste a otros-, poder decidir quién es importante y quién ha dejado de serlo. Acostarse cada día sabiendo que has vivido el mejor día de tu vida y que mañana al despertar te espera otro más ¿qué más se puede pedir si sabes ser libre?