"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


lunes, 19 de mayo de 2014

Perdón, un actitud vital

     


No hay expresión más elocuente que la de aquel que ha metido la pata. En una sociedad de orgullosos, donde todos tienen la razón, reconocer que te has equivocado es un gran adelanto. Y, claro, se nota.

Subastamos públicamente famosos, concursantes, vidas privadas. Desde el mando de nuestra televisión decidimos quien tiene sitio y quien no en nuestras casas, al lado de nuestros sofás. Nuestra intimidad se ha convertido en un ver escaparates, los ajenos, donde lo más tierno son las películas Disney, las únicas ya que nos hacen llorar por ternura sensiblona.

¿Quién no se emociona con películas pero se despreocupa de aquellos que cerca están desahuciados? ¿Quién no ha perdido tiempo pensando el sexo de el/la de Eurovisión mientras cientos de nilñas africanas son secuestradas y seguro que no sabemos el país? Lo dicho... nos gusta juzgar.

Cambiar de acera al divisar al pesado, criticar de lo lindo cuando te han fastidiado, querer llevar las aguas a tu molino cuando compartes amistades, creerte que siempre el punto final lo pones tú.


¿Pedir perdón? Cuando te equivocas, cuando valoraste mal, cuando fuiste un malpensado, cuando tus palabras hirieron, cuando tu ausencia dolió, cuando tu presencia molestó. Saber reconocer que hacemos heridas, también que las tenemos. Que no somos tan diferentes de auqellos que valoramos en la tele. Que no somos tan de película como aquellos que durante dos horas alumbran nuestris sueños.

Saber acpetar el perdón y obligarte a darlo, a examinarte, a darte cuenta de palabras, gestos, actitudes, presencias, ausencias... El soberbio se engola en su mundo, el humilde reconoce el fallo. El soberbio nunca se dará cuenta de la verdad, sólo de sus intereses. El sencillo sabrá reconocer que el importante no es uno mismo, sino los demás.

Compartir, querer, amar, perdonar, construir, soñar... Todo va de la mano.

domingo, 4 de mayo de 2014

Amar, incluso renunciando

                                    
No todas nuestras metas se cumplen. Las insatisfacciones, los pequeños fracasos, los objetivos no cumplidos van tejiendo en nosotros un tapiz, que hace de hamaca ensoñadora donde envolver esas desilusiones, disgustos, errores. En esa hamaca, colgada entre los árboles del olvido, nos tumbamos en muchos atardeceres bañados en sol enrojecido, que van dejando en la sinfonía de nuestra vida los silencios, necesarios siempre, pero que no cejan en sembrar su inquietante duda.

Otras veces son las metas logradas, cumplidas. Pero no saber soltar amarras, sentirnos demasiado cómodos en los objetivos cumplidos, nos incapacitan para el futuro, para el día siguiente.

Por eso, amar equivale a veces a saber decir que no, a plantearse una retirada a tiempo. Proyectos, personas, sueños que por más que te empeñes no llegan ya a ningún puerto, han cumplido la fecha de caducidad en tu vida. Una palabra, un desliz, un olvido, un silencio, una incompresión, un presentimiento que llagan la piel, hunden el clavo del "¿por qué?", dejando como única meta la hamaca anterior del fracaso. Y ese momento esperado, o esa meta deseada o el encuentro anhelado se quedan en soledad, en aparente fracaso, en inútil desear. Y no queda más remedio que mecerse entre los árboles del olvido, porque aquello que soñaste, vana ilusión, se quedó en eso, en mero sueño del que más te hubiera servido no despertar.

Sólo aman los valientes, los que se atreven a decir que "no" incluso contra lo que su corazón o mente puedan dictar. Y aquello que podría hacerte feliz, pero sólo unas horas; aquel sueño que parecía se iba a cumplir; aquella meta que pretendías cruzar, se quedan esperando: ya no eres tú el que se mece en la hamaca del olvido, sino ellas, que se quedan enterrados en el baúl de las segundas oportunidades.

Por eso amar, aunque duela, requiere renuncia, dejar de luchar por lo imposible. 

Seamos sinceros: podríamos tener el optimismo necesario para creer que cueste lo que cueste mis sueños se tienen que cumplir. Pero ¿no será demasiada cara la hipoteca? La realidad impone su criterio. No puedes invadir con tus sueños a los demás. Cada uno tiene su vida, también sus metas, su ritmo. Prentender que coincidan a la fuerza es luchar contra tí mismo, pegarte contra un muro. Los caminos se cruzan aleatoriamente a lo largo de la vida, no pueden forzarse. Sería una vía de angustias, de tiranteces, de mera angustia por cualquier desliz. Cada persona, sueño, inquietud tienen su momento. La eternidad sólo le corresponde a Dios.

Seguir soñando con lo pasado, emocionarse por un futuro que no llega, plantearse unas metas que son imposibles, es engañarse, engañar. Realismo, sentido común. El mundo es de héroes, dicen, pero son tan pocos que todos tienen película. Porque realmente son de ciencia ficción. Lo heroico es situarse ante tu historia, saber luchar, esforzarse, no acorbardarse... sabiendo, conociendo y aceptando mis límites, equivocaciones, fuerzas. Para saber soltar amarras, no engañarme/engañar, no perder el tiempo (la vida misma) con lo que nunca podrá ser.

Amar, saber decir no, para demostrar que eso es querer, saber renunciar, descubrir que la vida continua, a veces sin lo/s que quieres. Seguirán apareciendo metas, proyectos, realidades a construir. Y esas si necesitan realmente de ti. 

¿A cuántos, a cuánto habrá que decir "no"? Sin miedo...