"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 27 de julio de 2014

Apostar... y saber perder

                           

No siempre en las películas ganan todos. Estamos acostumbrados a que los vaqueros den una paliza a los indios. Y así, nuestra vida.

No nos sale todo bien, a veces no es tan fácil defender el fuerte de madera de los apaches. La vida está tejida de éxitos y de fracasos. De victorias y las desalentadoras derrotas. Esas que nos dejan el sabor del fracaso, de la meta no conquistada, de la playa a la que nunca arribamos. Cada persona, proyecto o deseo es una lucha. Pero no siempre cosa de uno, sino de dos. Cuando no se apuesta por lo mismo, el tren debe echar el freno. Algo o alguien sobra en ese tren.

No siempre podemos ganar, también de las derrotas se aprende. Cuando apuestas por todo o quemas las naves en el puerto para evitar deserciones o, incluso, cedes a parte de ti mismo por otro, y resulta que las cuentas no nos salen. El saldo es a deber.

Pero no por ello debemos caer en la fácil tentación del desánimo. Personas, circunstancias, proyectos, aparecerán cada día. Podrá existir quien pueda haberte desalentado, decepcionado, desilusionado. Habrás puesto la carne en el asador y resulta que se pasó de tanto esperar encima del fuego. Pero ese fuego sigue encendido. Siempre habrá oportunidad. El tesoro escondido en un campo que merece la pena comprar es la vida misma: proyectos, personas, ilusiones, esperanzas, alegrías... 

No obstante, la cosas deben mirarse también desde dos lados, no sea que echemos siempre la culpa a quien no la tiene, o sólo la tiene en parte. Hay que saber examinarse, preguntarse, aceptar la valentía de saber si, a lo mejor, yo tengo algo que ver en estos fracasos. No toda la cupa será mía, pero nuestro propio yo egoísta y avaricioso también puede hacer de las suyas.

No quedarse en el ayer, lamentándose. No pensar en lo perdido, sino en lo que se puede ganar. Luchar por el mañana, en el hoy, sabiendo que el ayer es sólo eso, una historia pasada que mereció la pena, pero eso, pasado ya.

¡A luchar!

jueves, 24 de julio de 2014

Saber desaparecer o saber continuar...


 

A veces lo más prudente es no molestar. Es  verdad que podemos ser importantes en la vida de otros. Quizás les hemos ayudado en su estabilidad o en su proyecto de vida. O hemos aportado mera compañía -¡que no es poco!-. Pero lo más prudente es no convertirse en hipoteca, sino en préstamo vencido: les hemos donado ilusión, esperanza, optimismo, cariño, audacia, coraje... Pero ahora lo prudente es callar, desaparecer, ocultarse. ¿Olvidarse? No del todo, pero si de parte. Cuando no cuentan contigo ¿por qué, para qué insistir? Llegaste en un momento crucial, pero igual ya esa situación desapareció: ¿merece la pena  vivir anclado en ese ayer?

Es duro, es verdad. Incluso muy doloroso. Nos gusta que nos den las gracias o que, por lo menos, valoren lo que hemos hecho. Mendigamos que nos quieran de la misma manera. Pero eso es ya pedir demasiado. Los motivos reales sólo quedan en nuestras intenciones, en nuestro corazón. Muchas veces serán un secreto, a voces, pero secreto. Sólo mis recuerdos serán testigos mudos de tanto esfuerzo. Aunque nuestras lágrimas cueste, aunque nuestra esperanza se agote. Y una vez agotada, el telón oculte el escenario.

La vida pasa. Sería inútil recorrer los días esperando los agradecimientos que no llegan, las luchas que no son compartidas o los sentimientos no expresados... Seguir luchando, seguir marcándose otras metas, continuar descubriendo personas que, como desvalidos, buscan samaritano en sus caminos que les preste dinero o coraje o prestigio o favores o, simplemente, acogida.

El tiempo pasa y nunca más vuelve... Hay que saber no quedarse anclados. Buscar nuevas perspectivas, nuevos horizontes. Ya lo decía Heraclito con su "panta rei": todo pasa. No te quedes llorando tu pasado. No merece la pena batallar por una victoria en aquellos que te consideran o perdido u olvidado.

Lucha en tu presente por los que realmente -¡realmente!- cuentan contigo para su futuro. Y eso se demuestra cada día, ya te darás cuenta... Hay que saber hacerse presente, y hay que saber ausentarse, aunque cueste...

martes, 1 de julio de 2014

No sólo saberlo, también experimentarlo

                        

La vida nos hace transformarnos en tortugas, como si de una metamorfosis kafkiana se tratara. Las dificultades, los cansancios, las luchas, los fracasos nos hacen ir replegándonos en nuestras propias corazas. Nos creamos la felicidad ilusoria de que dentro de ese refugio los problemas me abandonarán o no me agobiarán. Pero no se trata de vivir como un iluso, creyéndome que puedo con todo, sino de ser realista: tendré victorias y experimentaré el sabor amargo de algunas derrotas.

Nunca nos enseñan a vivir, nadie se ha tomado esa molestia. Podremos acumular experiencias, saberes, libros leídos y problemas resueltos. Pero la verdadera categoría de la persona se mide en cómo afronta esas dificultades, cómo bebe el cáliz amargo de los sinsabores, cómo sabe estar siempre donde se le necesite. Nos hemos tenido que quedar tantas veces con las manos vacías o con el corazón helado o sin la palabra acertada. El idiota siempre encuentra soluciones rápidas para todo, pero no dejan de ser parches. El agua seguirá entrando en el casco de la nave de la vida. Hundiéndola, claro.

La vida es dura, la vida necesita construirse a pico y pala, con el sudor de la frente.
De ahí que no sólo sepamos sino que necesitemos experimentar la cercanía, comprensión, amistad, cariño, dedicación de los que quieren estar cerca de nosotros (y nosotros respecto a los que aspiran eso mismo por nuestra parte). No vale con decirlo una vez, hay que demostrarlo cada día. No vale con haber dejado la tarjeta de visita, se requiere la persona entera. Hay mucho en juego: la vida de cada persona.

"La mujer del César no sólo tiene que ser casta, sino que debe parecerlo". Palabras como amistad, entrega o disponibilidad no se conjugan con cualquiera. Una vez barajadas las cartas y repartidas debe jugarse la partida hasta el final. No valen excusas, no sirven pretextos.

Frente al caparazón indicidualista, las manos que acogen, los hombros que sostienen, el abrazo que serena. No se trata de hacer nada extraordinario, sino cuidar los detalles, las pequeñas cosas, estar pendiente cada día. No bastan las palabras, se necesitan los gestos. Un gesto vale más que mil palabras.