"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 20 de diciembre de 2015

La nefasta idealización de lo absoluto

                                

Sin duda han sido nuestros cuerpos volcanes encendidos: sueños, pasiones, proyectos, personas, sentimientos... Hemos sido arrebatados por la fuerza imparable del amor o del odio, de las victorias o derrotas, del cansancio o de la fuerza. Nuestra fe ha sido ciega. Nos hemos dejado llevar del consejo del otro. Caímos en las sibilinas redes del que aparecía con sonrisa medida. Nos situamos tras oportunas pancartas o gritamos respondiendo a un megáfono con declaradas proclamas de libertad y justicia. De repente, nuestras palabras eran las de otros; nuestras ideas u opiniones, prestadas.

Como hojas de otoño caídas y secas ha prendido en nosotros el fuego que contagia ilusiones, sueños inabarcables, esperanzas infinitas:
   - Esa persona que pensabas sería eterna, con la que soñabas pasar todas las tardes de tu vida o disfrutar cada domingo o vivir siempre a la luz de su consejo.
   - Una situación privilegiada en la que podías otear el horizonte cómodamente, viviendo en paz y serenidad. Sin preocupaciones o miedos.
   - Sentimientos, lazos que ataban de forma indisoluble, aquello que estaba llamado a ser eterno.

Nuestros colores nos identificaron con guerras ganadas o pérdidas, nuestros monumentos acumulan huesos y nombres cada vez más desconocido. Ideas que separan o unen, hacen odiar o amar. Nuestros condicionamientos enjuician personas simplemente por apariencias.

Pero ¿cuántas ideas, sentimientos o personas yacen ya en las cunetas de nuestra historia o acumulan polvo en los trasteros? No somos los mismos que ayer, que hace unos años. Lo que defendíamos con uñas y dientes, hoy ya no nos hace perder ni un segundo. Lo que marcaba nuestro estilo no es más que un viento pasajero que ya no volverá. Al final, lo absoluto se nos escapa como el agua del cesto de mimbre: no podemos abarcar en nuestra limitación lo que es inabarcable.

¿Quiere decir que no somos de fiar? No. Más aún: quiere decir que somos hombres y mujeres del momento, de lo concreto. Y eso será lo que tengamos que aprovechar. Cada minuto, café, llamada, conversación, chat. Del que se preocupa tanto de las apariencias, mejor escapa: no dejas de ser una pieza más de su escaparate. Vive con el que se preocupa de ti, del que te lo demuestra. Del que no te suelta el sermón o el rollo, del que no te dice qué tienes que hacer o pensar o decidir: sino que lo contagia, como la felicidad, como la sonrisa... ¡Como la pasión!


jueves, 10 de diciembre de 2015

Sentir y dejarse sentir


Quizá una de las actividades más complicadas de cada mañana sea ser uno mismo. Mecánicamente suena el despertador sin tener en cuenta la noche de amor o dolor, de lágrimas o de risas, de miedos o alegrías. Cumple su función: como la cafetera, la edulcorera o el cansino envoltorio del pan integral.
Lo mismo ¿para lo mismo? 

Un rumbo diario, caras cruzadas, escaparates que como camaleones cambian la piel según la tonalidad... Horario, destreza, aventura, apasionarse por la Verdad, ensimismarse en lo tuyo.
Hasta que toca regresar a casa, ese espacio reservado para los festivos o las tardes/noches de laborales.

Y así cada día, cada hora, en cada minuto. Una pasión llamada a conquistar mundos encerrada en despachos, cabinas, clases, tras un ordenador.

Sentir la necesidad de vivir: de compartir, de crecer, de respirar. Ensimismarse al regresar a casa con un atardecer único, erizarse el vello con una mirada o con una respuesta o, simplemente, porque me siento feliz.

Felicidad que no es fruto matemático de mis decisiones, sino apusta decidida por los otros. Nace del compartir, del sentirse juntos, de apoyarse en otro. Sentir que vivo y sentir que puedo hacer feliz, ayudar a construir una historia... Sentir y dejarse sentir.

Volverá a sonar el despertador, pero todo dependerá si sabes algún día sorprenderle.