"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


lunes, 2 de mayo de 2016

Respuestas a preguntas que inquietan...

                         
¿Quién no ha sentido sobre sus espaldas el peso del fracaso? ¿O en sus labios el sabor de la derrota? ¿O vuelto a encontrar en la almohada los sueños que esperaba alcanzar el día que ya termina? Nuestra vida está marcada por esos rasguños, heridas o desgarrones que, como un común resorte, hacen levantar nuestros ojos al cielo añorando una respuesta... ¿Por qué? Esa es la pregunta que tantas veces ha rondado nuestro corazón, llenado del poso de rencor o desgana nuestras palabras y actitudes. Una pregunta que también hizo exclamar a Jesús de Nazaret clavado en aquella cruz, tras tantos tormentos, preguntando -¿recriminando?- a su Padre Dios por qué le había abandonado, por qué se había portado así con él.

¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué de esta manera? ¿Por qué a mí nunca me acaricia la suerte? Nos comparamos, nos juzgamos frente a otros... Construímos nuestra vida desde unos sueños que consideramos nos alcanzarán una felicidad que ansiamos cada momento. Nos podemos pasar muchas tardes embobados creyendo que algún día sí podremos ser felices... Para acabar en nuestras noches rompiéndonos la cabeza con un "por qué" que martillee nuestras conciencias.

¿Tan difícil es ser feliz? Quizá sean nuestras claves las que estén equivocadas. Es fácil soñar desde el egoísmo: creerme el protagonista de todas las películas, el líder absoluto de la manada. Conjugar mis verbos preferidos: vivir, disfrutar, aprovechar, ganar... Pero siempre en singular. También desde la vanidad que me ayuda a descubrir fácilmente cuántos errores tienen los demás, a quejarme por lo poco que me valoran o me tienen en cuenta con todo lo que yo valgo... Quizá entonces la pregunta del principio sea diferente: ya no son los demás los culpables de mi soledad existencial que lleve a preguntarme "por qué". Yo sólo me he subido gustoso a esa cruz, que me aísla del resto.

Sólo una persona que añora cada día ser feliz sabe que la amabilidad, compresión, dulzura, cercanía, perdón, acogida son algunas de las claves necesarias para poder alcanzar ese añorado horizonte de paz. Es como esa tierra prometida que Dios prometió a Israel en Egipto: un lugar donde solo se podía ser feliz, pero  tras cruzar un duro desierto. El de conocerme. Reconocerme en los defectos para ofrecer un corazón nuevo. El de mis vivencias positivas que lleven a multiplicar lo bueno de mi corazón. Un desierto en el que los demás se convierten en oasis y no piedras que me hagan tropezar. Un oasis donde poder aprovechar lo bueno de cada momento, donde reposar y recobrar fuerzas.

Sólo así llegaremos, acariciaremos, gustaremos siquiera de lo hermoso de la vida. Quizá ya no sea la pregunta "por qué" sino "y ahora, ¿qué?". No buscar culpables, sino oasis. No buscar responsables, sino cómplices. No dejarse agotar por las circunstancias de la vída, sino disfrutar de cada oportunidad, persona, momento...