"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


sábado, 17 de noviembre de 2012

No nos salen las cuentas


A nadie le resulta extraña aquella expresión popularizada en plena revolución de los 60 y cuyos ecos aún perduran: "Si Dios está muerto, todo está permitido". Es la típica respuesta de aquellos que liberados de toda esclavitud (dicen ellos) que no responda a la verdad de la persona, han conquistado s mayoría de edad para decidir lo que está bien o mal. La libertad es el resultado de mi bienestar: puedo comprar lo que quiero ¿por qué no también lo bueno o lo malo?

Pero lo cierto es que a nuestra sociedad de hoy no le quita el sueño si Dios existe o no, hemos pasado al "si Dios existe, es su problema". Nos hemos subido al carro victorioso de una sociedad consumista, y como tal, establecemos los vínculos de unión con vecinos, amigos, conocidos, compañeros de trabajo y parejas con tintes económicos de ganancia o pérdida.

"Tanto tienes, tanto vales". Nos cuesta perdonar o amar o respetar o perder, hay verbos que no conjugan bien con palabras como eficiencia, rendimiento, beneficio. Somos los mejores amigos de los cálculos: nos creemos poseedores de la verdad que puede hacer mejorar las cosas y cuando la ponemos encima de la mesa, nuestros cálculos no coinciden con los de los demás. El resultado de ambas sumas siempre es la misma: el desastre.

Es difícil, hay que reconocerlo, descubrir y querer lo verdadero. Hay que saber renunciar a mis pequeñas cotas de verdad -conseguidas muchas veces tras reveses, decepciones o experiencias varias- para ver sumar una verdad que pueda ser realmente la que pueda abrirnos las puertas de la felicidad, de saber que lo que realmente hago me hace luchar por aquello que me construye como lo que soy, pero no sólo a mi, también a los demás.

Si tratamos a los demás como "comercio" nos costará perder: nos han programado socialmente para comprar, adquirir, elegir lo deseado, ahorrar para conseguirlo y disfrutarlo. Ya no nos cuesta demasiado conseguir nuestros sueños, las princesas han envejecido en sus palacios de cristal esperando caballeros al rescate: nuestras metas tantas veces se encierran tras un escaparate -ya sea físico o virtual- que nos anuncia cómo la felicidad se consigue tras el desembolso de unos cuantos euros. Una trampa, claro, pero nos encanta caer en ella. Incluso con el señuelo de rebajas.

Las personas son más que escaparates en los que descubrir aquello que me pueda interesar. Son ellas en su totalidad lo que me debe importar: saber admitir y perdonar fallos; construir juntos, sin necesidad de protagonismos; aportar entre todos la solución y no esperar que la tenga que dar siempre yo; esperar yo por los otros y que no sean los otros los que tengan que esperar para mi. Saber atreverse, adelantarse, conciliar, unir... Y claro, demostrar que soy más que un simple escaparate.

En este mundo progresa el que tiene la tarjeta de crédito con más oro. Podemos demostrar que nosotros no somos comerciantes de amistad, no ponemos nuestros valores personales en la bolsa para que suban acciones por el reconocimiento de los demás. Somos capaces de perder: dinero, tiempo, incluso vida con aquellos que llamamos y son amigos, familia. Ellos también lo pierden por nosotros. El que siempre quiere ganar acaba perdiendo, la vida nos lo demuestra dura e inmisericordemente tantas y tantas veces.

No siempre hay que ganar, por eso a esta sociedad no salen las cuentas.