"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


martes, 23 de agosto de 2016

¿Bendecir el amor?



Amar es, inevitablemente, la única experiencia vital capaz de proyectar lo mejor de nosotros mismos en otra persona. Más aún: incluso despierta íntimos y desconocidos horizontes que enganchan de manera única a otro "yo", estableciendo un apasionante infinito como el único horizonte posible: "nosotros". La propia intimidad queda expropiada totalmente, esencialmente, en otro ser que complementa totalmente mi existencia.

No es un simple sentirse querido, sino amado: poseído en plenitud. No es buscar quien complementa lo que me falta: el amor verdadero corrige, duele, llama al esfuerzo y al triunfo sobre la rutina. Constituye la experiencia más íntima, la que sólo conocen en su totalidad dos corazones, aunque pueda tener a medio mundo de testigo. Es algo que sólo llegan a comprender esas dos personas, lo que cada día les anima a seguir luchando por lo suyo. Amarse constituye una forma única e irrepetible de comunicación, un lenguaje, que sólo comprenden y pueden llegar a entender las personas implicadas.

Es noticia estos días que un sacerdote católico “ha bendecido el amor” de dos chicas dispuestas a caminar juntas en su existencia. No sería noticia si no fuera por la tradicional postura católica ante este tipo de amores. Indudablemente, este buen sacerdote ha establecido sin quererlo dos modalidades vitales para amarse: matrimonio con rito completo o bendición solapada por si acaso me dicen algo. ¿Han entrado los amores de segunda en la Católica Iglesia? O sea: que ha discriminado igual que los que lo niegan, por que para bendecirlo a medias, mejor quedarnos como estábamos. ¿La pareja que no tenga un sacerdote amigo se queda a dos velas en lo que a ritos se refiere?

Bendecir el amor. Aquí pretendía llegar: ¿quién realmente lo bendice? Creo que cada persona. No hace falta que nadie me diga si quiero o no quiero a una persona: mi propia vida, mi entrega, mi dedicación, son expresión evidente y palpable de que “bendigo” a esa persona y que ella es para mi una bendición, un bien. Es eso lo que celebro en cada mirada, en cada gesto, en cada detalle. 

El amor es en sí mismo una bendición. Si somos imagen de Dios, si Él realmente está dentro de cada persona, cada expresión sincera y buena de mi corazón necesariamente se convierte en referente de esa bendición divina. Otro asunto será si ese amor pasa por sacristías, juzgados, ayuntamientos o mesa de despacho del oportunista que espera un voto, un titular o una medalla rosa. Cuando el amor entra en esos juegos se convierte en espectáculo.

Hacer del amor una bendición. No defiendo un simple individualismo: necesitamos concretar diversos pasos y opciones de la vida ante los demás, marcarnos un antes y un después, pero mediatizar un amor por un simple rito me parece demasiado banal: la persona a la que quiero no merece eso. 

Amar y sentirse amado, cuidar y saberse cuidado, sentir y vivir la experiencia de plenitud en otra persona. Quizá mas que ser bendecidos, deberíamos bendecir con nuestro amor… 

miércoles, 3 de agosto de 2016

3, 2, 1... ¡Silencio! ¡Se vive!



Quedarse en silencio, frente al espejo, frente a la vida...
Uno solo cara a cara  consigo mismo. Sin bandas sonoras ni melodías engañosas, ni siquiera otras vidas que te confundan o camuflen: ¡Yo!

Silencio para mi
Un rostro frente a una existencia. En silencio: para estremecerte interiormente ante tus miedos, disfrutar pausadamente íntimos sueños, sentir las caricias apasionantes de la felicidad o los hirientes rasguños de tus secretos inconfesados.  Silencio. El mismo que nos asusta, que nos desnuda, que nos encarna en la cotidianidad de la existencia de alguien que se resiste a ser uno mas.

No es un compañero de camino desconocido nuestro protagonista -¡nos inquieta más de lo que parece!-: ese mismo que cierra nuestras espaldas a las opiniones de otros, la extraña sensación de quedarte sin respuestas a tantas preguntas, el tedioso vacío de una tarde en solitario donde nadie siente la necesidad de comunicarte nada. 

Silencio para otros
Silencio que es respuesta: callarte mejor que ofender o juzgar; ofrecer la mano sin excusas baratas o respuestas prefabricadas. Minutos de silencio que denuncian injusticias, faltas de humanidad. Gritos asesinos frente a democráticos silencios. La respuesta es mi vida, erguida, enhiesta frente al terror, miedo o angustia. Silencio que debe en cambio gritar frente a la injusticia: no puedo quedarme callado, debo responder, sino sería igual de culpable... Hay situaciones que no se resuelven con silencios.

Silencio de vida para conmigo y para con otros
Silencio al quedarse sin palabras ante un susto, disgusto o enfermedad. Abrazo sin palabras, lágrimas teñidas de suspiros, desilusión que se niega a descubrir horizonte. Pero también alegría contenida,  conquista de cada futuro o sueño. No necesitas palabras, los hechos te lo demuestran. "Si los pensamientos no te aportan las respuestas, prueba el silencio. Del silencio surgen todas las respuestas, en el silencio se resuelven todas las preguntas." (Rava Bakou)

Silencio que te imponen en hospitales, iglesias, museos... Silencio vacío porque lo que calla la boca lo expresa el corazón. No es ese silencio de ausencia de palabras el que nos plenifica. El nuestro es otro, es un misterio. El de una personal existencia y su necesidad vital de sentir latir el corazón, saberse vivo, trascenderse. No es quedarse sin argumentos: sino experimentar que mas puede el sentimiento y el deseo que aquello que puedas expresar. Que no hay palabras que transmitan tanto como sientes o pretendes contagiar. Silencio que engendra vida, esperanza, sueños, futuro... Un no se qué que queda balbuciendo. Este elocuente tartamudeo es la expresión última del asombro místico: al otro lado comienza el vasto silencio de lo incomunicable” expresaba Elisabeth B. Davis.
Silencio que necesitamos, líquido amniótico que nos nutre para el nacimiento de cada mañana. 

Silencio: 
  encontrarme y encontrarte, 
              conocerme y conocerte, 
                   perdonarme y perdonarte, 
                         quererme y quererte, 
                             contagiar y entusiasmar, 
                                   amar, multiplicar... ¿¡Creer?!

domingo, 12 de junio de 2016

Creer que se puede...


No suelen ser nuestros días unas jornadas de película tipo Indiana Jones ni tienen como banda sonora el "ai-ho" de aquellos siete felices enanitos. Lo "mas normal" es lo que nos define: un atardecer igual que a todos, como la noche y como las circunstancias. Esperamos la oportunidad que no llega o la aventura que nunca realizaremos. Y así se nos pasan las tardes, soñando y metiéndonos en la cama con la sensación de que algo nos ha faltado.

Somos aventureros, soñadores, únicos y geniales. Pero necesitamos una ración de realismo, la que invariablemente nos recuerda que somos iguales a los demás, pero sin dejarnos caer en el  vulgar y deprimente uniformismo de la rutina. Con la cabeza y la imaginación conquistamos el mundo pero la realidad nos estrella contra el muro de la cotidianidad... ¿Desesperarse por los sueños que no llegan? ¡Nunca! Simplemente: saber esperar, creer que se puede...

Saber combinar lo genial con la rutina, esforzarse por "el pan nuestro de cada día" sabiendo aportar una pequeña dosis de ¿locura? a nuestra vida. Una cumbre por conquistar, un río por navegar, una cena para nunca olvidar, un viaje pendiente o aquellas páginas del libro que nunca acabé. Llenarte la nevera de notas con metas a realizar, cubrir de fotos la parte trasera de la puerta de casa con paisajes que debes visitar antes de que se te acaben las fuerzas, llenarte el coche de post-it con los restaurantes en los que por lo menos una vez hay que cenar o comer. Llenarte de sueños, de esperanzas, de ilusiones, de proyectos... que animen la rutina, que den vida a tantas horas muertas, que te demuestren que vives y no eres más que un saco de huesos para vestir con ropa bonita. 

Pintarse, quizá -como cantan-, de color esperanza...


lunes, 2 de mayo de 2016

Respuestas a preguntas que inquietan...

                         
¿Quién no ha sentido sobre sus espaldas el peso del fracaso? ¿O en sus labios el sabor de la derrota? ¿O vuelto a encontrar en la almohada los sueños que esperaba alcanzar el día que ya termina? Nuestra vida está marcada por esos rasguños, heridas o desgarrones que, como un común resorte, hacen levantar nuestros ojos al cielo añorando una respuesta... ¿Por qué? Esa es la pregunta que tantas veces ha rondado nuestro corazón, llenado del poso de rencor o desgana nuestras palabras y actitudes. Una pregunta que también hizo exclamar a Jesús de Nazaret clavado en aquella cruz, tras tantos tormentos, preguntando -¿recriminando?- a su Padre Dios por qué le había abandonado, por qué se había portado así con él.

¿Por qué a mí? ¿Por qué yo? ¿Por qué de esta manera? ¿Por qué a mí nunca me acaricia la suerte? Nos comparamos, nos juzgamos frente a otros... Construímos nuestra vida desde unos sueños que consideramos nos alcanzarán una felicidad que ansiamos cada momento. Nos podemos pasar muchas tardes embobados creyendo que algún día sí podremos ser felices... Para acabar en nuestras noches rompiéndonos la cabeza con un "por qué" que martillee nuestras conciencias.

¿Tan difícil es ser feliz? Quizá sean nuestras claves las que estén equivocadas. Es fácil soñar desde el egoísmo: creerme el protagonista de todas las películas, el líder absoluto de la manada. Conjugar mis verbos preferidos: vivir, disfrutar, aprovechar, ganar... Pero siempre en singular. También desde la vanidad que me ayuda a descubrir fácilmente cuántos errores tienen los demás, a quejarme por lo poco que me valoran o me tienen en cuenta con todo lo que yo valgo... Quizá entonces la pregunta del principio sea diferente: ya no son los demás los culpables de mi soledad existencial que lleve a preguntarme "por qué". Yo sólo me he subido gustoso a esa cruz, que me aísla del resto.

Sólo una persona que añora cada día ser feliz sabe que la amabilidad, compresión, dulzura, cercanía, perdón, acogida son algunas de las claves necesarias para poder alcanzar ese añorado horizonte de paz. Es como esa tierra prometida que Dios prometió a Israel en Egipto: un lugar donde solo se podía ser feliz, pero  tras cruzar un duro desierto. El de conocerme. Reconocerme en los defectos para ofrecer un corazón nuevo. El de mis vivencias positivas que lleven a multiplicar lo bueno de mi corazón. Un desierto en el que los demás se convierten en oasis y no piedras que me hagan tropezar. Un oasis donde poder aprovechar lo bueno de cada momento, donde reposar y recobrar fuerzas.

Sólo así llegaremos, acariciaremos, gustaremos siquiera de lo hermoso de la vida. Quizá ya no sea la pregunta "por qué" sino "y ahora, ¿qué?". No buscar culpables, sino oasis. No buscar responsables, sino cómplices. No dejarse agotar por las circunstancias de la vída, sino disfrutar de cada oportunidad, persona, momento...