"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 22 de diciembre de 2013

Blanca Navidad

                                      
Todo tiene un "por qué" y un "para qué". Es la eterna e insistente pregunta de los niños pequeños, que a todo quieren encontrarle explicación. Sentados en torno a un árbol decorado o un pesebre con humildes pastores, o contemplando la misma mesa repleta de sillas esperando llenarse... ¿Navidad? Y todo -como la vida misma- depende de la repuesta.

Podemos pasar la vida sin necesitar respuestas, con nuestro ombligo como única meta: mi felicidad, mis cosas, mi vida, mi navidad. Indolentes, ausentes de la misma realidad que preferimos obviar para no complicarnos demasiado. Felices en nuestra burbuja, en nuestro mundo paralelo. Ajenos a los sufrimientos, clamores y metas de los demás. Con una cena cumplimos con  ¿navidad?

Otra manera es salir a la conquista de metas puntuales. Y muy claras. ¿Necesitas dinero? Préstamo inmediato. ¿Necesitas llenar la despensa? Compra mensual en gran superficie: todo en un carro. ¿Buscas compensaciones? Fin de semana con amigos. ¿Requieres "cariño"? Hasta eso se puede comprar por horas... Es como el oso que sale en el verano dispuesto a ingerir la suficiente grasa para aguantar otro invierno más. Poco lo preocupa si ha cambiado algo la realidad que le rodea, sólo le mueve llenar la panza, colmar sus satisfacciones. Sentirse bien. ¿Los demás? Allá cada uno.

Pero podemos de verdad aprovechar la oportunidad. Navidad. Miles de sentimientos, vivencias, recuerdos, proyectos, esperanzas. Muchas personas de las cuales podemos o ignorarlas o aprovecharnos o hacerles formar parte de nuestra vida. Una Navidad blanca, ciertamente: por el papel en blanco: vacío de nombres y proyectos, porque lo único que nos importa somos nosotros mismos. O blanca por esa nieve que todo lo sepulta y camufla, esperando el deshielo para sacar beneficio. Blanca de felicidad, de alegría: porque tengo mucho que celebrar. Con pocos o con muchos. Pero lo puedo compartir.

Con una persona, dos, tres... Personas que son proyectos, esperanzas, alegrías, consuelos, corazones, sueños, cambio, apoyo, estímulo, gozo, generosidad. Pero no en blanco de la noche sin dormir, derrumbado. Sino del horizonte repleto de esperanza. Saber que la Navidad me une aún más. Y cada día lo podrá ser si fomento la acogida, el respeto, la amabilidad, la dulzura, la comprensión.  
Navidad no como meta, sino como salida de la mejor competición: ser feliz haciendo felices a los demás.

domingo, 15 de diciembre de 2013

No se puede servir a dos señores


       

El que espera, desepera refleja el sabio refrán castellano. Y la vida acaba demostrándolo.

Y es que no hay nada mejor que la realidad. Maestra que te hace comprender lo equivocado que a veces puedes estar. Te obcecas, te ciegas, te empeñas... pero al final es imposible, inviable. No merece la pena. Bueno, o si: pero lo que no merece la pena es un camino así.

¿Quién no ha sentido que la lucha prometía pero que el final era inviable? Luchar siempre estimula, empeñarse ensancha el alma. Pero no siempre lo que queremos es lo que podemos. ¡Cuántas veces nos hemos amargado -y hemos amargado- por un final que sabíamos nunca llegaría! Pero somos demasiado tozudos y tropezamos no dos sino infinitas veces en la misma piedra. Nos gusta sufrir innecesariamente. Pero el cansancio aprieta. Las deserciones abundan: prometiste lealtad y coraje, y acabaste en la quinta columna. Nos enardecemos, envalentonamos. Pero somos de horizontes cortos, le damos demasiadas vueltas a la peonza, que siempre gira en el mismo punto.

Hasta que nos paramos. Sacamos un papel en blanco y, en dos columnas, signamos lo bueno y lo malo de cada sueño o situación o proyecto. ¿Para qué liarnos en lo imposible?

La vida está hecha de lo inmediato. Nos mueve, es verdad, un fin o una meta que configura nuestro actuar. Pero una sola. Los corazones partidos nunca funcionaron. Entregarse a dos señores no es servir, es engañarse. Puedes engatusar un rato, un tiempo. Pero nada hay oculto que no llegue a descubrirse.

Saber romper, ceder, resignarse. Hay que atreverse a quemar las velas. Y no es por soberbia, ni pereza, ni desgana. A veces, incluso, es por cariño. No se puede tampoco engañar a los demás. Si te comprometes, cumple. Si haces esperar, llega. Si dices que acompañarás, camina al lado. Pero si no eres capaz ¿merece la pena engañarse y engañar? Que te quieran por lo que eres, no por lo que prometes. El final, si no cumples, es la decepción. Y es una pena que te recuerden de esa manera.

¿Por qué cansarse así? Ofrece lo que eres, lucha por lo que puedes, conquista cada momento. Pero no esperes conquistar una capital antes de haber cruzado las fronteras de ese reino.

Y punto final. A veces ese es el mejor camino. O quizá, punto y seguido. Algún día si podrá ser. Otra ocasión será más propicia. Un baúl, no de recuerdos, pero si de proyectos. Saber esperar, querer cumplir. Ser realista. Y no cansar.

"El alma que anda en amor, ni cansa ni se cansa" dice san Juan de la Cruz. Por eso, examínate de amor. Si estás cansado, si te han cansado, quiere decir que algo ha faltado. Precisamente en lo que justo necesitas: amar y sentirse amado. ¡¿Y quién mejor que Aquel que lo ha entregado todo por ti?! ¡¿Y quién mejor que Aquel que ha renunciado a lo suyo para ser sólo tuyo?!

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Mentir

                                        

Quizá en la vida lo hemos tenido que hacer alguna vez. Cambiar la verdad, negarla o pasar por indiferente. Por venganza o por miedo o por cariño o por pereza.

¿Y después? La soberbia satisfacción de creerme con la mía, con la victoria. O la amarga sequedad de boca del que prefería haberla tenido cerrada. Pero la sentencia fue pronunciada. O pides perdón o sigues adelante. No hay marcha atrás. La vida no da segundas oportunidades.

O mentir para causar pena o lástima, o admiración, o tan solo que te dejen en paz. Usamos la palabra según nuestras necesidades. Y como sabemos que la palabra o duele o sana, también la usamos para nuestro beneficio. Un "te quiero" puede ser -a pesar de encerrar una verdad vital- mentira; un "estoy contigo" esconde el propósito de dejarte olvidado; el abrazo del que fuertemente se reafirma "amigo" es el beso de Judas traidor; la sonrisa cínica del que prostituye un "si"  buscando la espalda con el puñal. Meros compromisos, convencionalismos, cumplimientos.

También mentir para querer ¿cómo? Excusando defectos, mintiendo sobre la gravedad, no dándole importancia (o por lo menos manifestándola) a la ofensa. Mentir para no inquietar, no perturbar, no cansar. Mentir para querer más, para no sufrir, para que no me dejen abandonado. Un mentir que cuesta, claro... Porque cuesta perdonar, ceder. Pero eso es amar.

¿Conocemos demasiadas mentiras de los otros, sobre los otros? ¿Nos hemos construído un mundo de mentiras que se caen al primer despiste?

¿Son todos los mentirosos iguales? Porque la mentira siempre oculta la verdad ¿tan bueno es ocultarla? ¿No tenemos derecho a conocerla? Dicen que a veces es mejor no saber... Pero ¿estamos condenados a una eterna mentira? ¿O estamos sentenciados a nos ser nunca nosotros mismos?