"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


viernes, 15 de junio de 2018

Divide y vencerás (¿o fracasarás?)


Es una frase que tantas veces hemos escuchado y que, sin embargo, es de rabiosa actualidad. 
Vivimos en un mundo dividido, enfrentado por ideas, pensamientos, colores, religiones, políticas... Hasta por tribus urbanas, coche, casa, calle o ciudad nos diferencia. El dinero también hace de las suyas: tenerlo, no tener lo suficiente o no tener nada de nada.

Aun así, hay que reconocer que el primer “espacio” dividido somos nosotros mismos. Si. Vivimos divididos, enfrentados a nuestros propios sueños y deseos. Hemos querido la luna y nos hemos tenido que conformar con la escalera para subir. Envidiamos la suerte de otros, la aparente felicidad. Ese gusanillo nos corroe, nos "chincha", nos quita la paz, nos mina la moral. Nos convierte en autores únicos de nuestra propia felicidad: nos cuesta fiarnos de los demás, siempre tenemos algo que decir de los otros. Nos da rabia que los demás triunfen o les vaya bien en la vida mientras nosotros no logramos salir de una anodina normalidad.

Estamos divididos. Y dividimos. Por eso mismo de que siempre tenemos algo que decir, de lo que quejarnos de la vida y de los otros. Nos gusta que todo el mundo se de cuenta de lo malo que es fulanito o menganita, de lo que nos han hecho, de lo supuestamente mal que me han tratado o hablado a mis espaldas, los asquerosos dimes y diretes. Exageramos, contamos sólo nuestra visión, emitimos nuestro veredicto en un juicio sumarísimo donde ha  faltado el acusado y el abogado defensor: y claro, el resultado es que nos vamos quedando sin amigos, ya que fuimos creyendo las trolas de los demás y nos quedamos con el mentiroso, con el traicionero… esperando ser nosotros algún día el final de su lista negra. Y encima, de morros y enfadado con el resto de los mortales...

La unidad es la solución. Estar contentos con nosotros mismos. Que nuestras pequeñas metas se vayan cumpliendo. Experimentar la alegría en los pequeños detalles . Y unir: corazones, empeños, visiones, amistad, entrega, servicio, alegría, perdón, superación…
¡Que le den a los mentirosos, a los charlatanes, a los correveidiles!

Pero nuestro egoísmo puede tantas veces con nosotros ¿estamos dispuestos a dejarle ganar la batalla? La vida merece la pena ¡Demostrémoslo! 

lunes, 9 de abril de 2018

Seamos sinceros: no nos necesitamos


Quizá, a estas alturas de la vida, hemos sentido en nuestras propias carnes lo difícil de conseguir sueños e ilusiones, despellejarse arrancando el futuro a un dios destino caprichoso y sordo a tantas súplicas. No. La vida no es lotería: es aprovechar el instante, ese momento fugaz que nunca volverá, que eternamente quedará arrancado del calendario de nuestra historia. Pasado el momento, personas, hechos, acontecimientos, situaciones, encuentros o encontronazos se acumulan en nuestro cementerio de recuerdos, de experiencias: por más que lo intentemos no revivirán ni resucitarán. Esa palabra o gesto o abrazo, la frialdad de una respuesta o encuentro incómodo, un beso sin gracia o con pasión, una caricia o un desprecio, una respuesta de apatía ante las circunstancias quedarán para siempre inertes, clavados -para lo bueno o lo malo- en nuestro corazón.

Ser persona: capaz de ofrecerte todo o nada. Sin esperar más que aquello que sorprenda a otra. Abandonar cálculos, metas o proyectos. Sorprender o dejarse sorprender. De tal forma que la pintada de Cuenca que acompaña la entrada se haga realidad. No quiero a nadie que me necesite, alguien al que le venga bien, no quiero ser la pieza del puzzle de nadie: quiero ser yo. Y que esa persona, esas otras personas, se sorprendan conmigo, me dejen sorprenderme por ellas. No vengo a llenar vacíos, no quiero remediar heridas. No tengo nada que pueda necesitar nadie: sólo soy luchas, esfuerzos, madrugones, alegrías, fracasos, decepciones, éxitos, intimidad o superficialidad… Sólo puedo -podemos- ofrecer eso. Lo demás, abrirá la puerta de las decepciones: hoy para mí eres lo que necesito ¿y mañana? ¿y cuándo no lo necesite? Querer a alguien  por que le necesito en algún momento de mi vida ¿no puede encerrar un poco de egoísmo? Y si no le necesitara ¿estaría presente en mi vida?

La sorpresa, ese diálogo que sólo un tú y yo pueden emprender. Un diálogo capaz de llenarse de palabras o miradas o proyectos o ilusiones o simple rutina, pero con ese condimento que llena de chispa y posibilidad cada situación. Una historia que apasiona y sueña con un mañana, que enamora o emboba. Ese sentir que ansiaba volver a tenerte cerca de mi o quejarse ante una vida que te ha tenido hasta ahora escondido: descubrir que no me necesitabas, que no soy la compra de un escaparate que te ha gustado, que soy algo -¡alguien!- que te ha sorprendido. El que sorprende, emociona, es insustituible. El que sólo cubre un vacío o satisface una necesidad, podrá sentirse relegado en cualquier momento: es una hipoteca, que pagada, perece. 

Sorpresa, vida, ilusión, empeño, complicidad: no te necesito. Pero no entiendo mi vida si no estás tu. ¿O no?