"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


viernes, 21 de noviembre de 2014

Mi yo auténtico: mi posibilidad de ser...

     
Autenticidad. He aquí una palabra que sirve para todo y que a la vez no sirve para nada: queriendo decirlo todo, expresa un vacío. Es una especie de vale que posibilita cualquier forma de actuar, incluso la más inmoral. Es el baluarte donde encontramos el refugio a lo que en ese momento más se nos antoja, dejando el significado de autenticidad en espontanea o simpática o, la más de las veces, zafia y brutal.

Autenticidad queremos signifique verdadero. Y con ese único salvavidas pretendemos dar garantía a nuestro actuar o desear. Nuestro yo, nuestra realidad: nuestra vida. Con sus oscuridades y fallos, proyectos y aciertos. Pero un ser auténtico que no sólo necesita de uno mismo, también de los demás. Existen como tres formas de vivir la autenticidad:
1.- Con nosotros mismos, reconociendo limitaciones y dones, aceptando el reto de conocernos sin asustarnos de lo que encontremos. Nuestro "fondo insobornable" que diría Ortega. Reconocerse en lo que se hace y dice, en lo que se obra y en lo que se es, en la imagen de uno mismo. Las personas que no tienen un mundo interior personal de experiencias y valores son inauténticas: carecen del fondo del que nace la autenticidad. Viven sólo en la periferia de sí mismos. 
2.- Con nuestro medio: Intensidad. La tabla de valores justifica las decisiones, las ratifica o rectifica. No todos vivimos e interactuamos en el mismo medio. Primer o tercer mundo; dictaduras o democracias; pobreza y riqueza. Somos hijos de nuestro entorno. El inadaptado suele considerarse como un raro inconformista ¿o como un genio?
3.- Con los otros. Formando parte de nuestro medio están las demás personas. Pero sin ser objetos u animales, sino seres humanos. No vale ya la utilización, dominio, aprovechamiento. Requieren un comportamiento especial: "comportamiento humano". Autenticidad significa personalización: dar trato personal a los seres con los que nos relacionamos. En el caso de las personas significa descubrirlas y tratarlas como tales, mirar a los ojos, llegar a su núcleo y establecer con ellas una relación interpersonal, la actividad humana más rica e interesante que existe. La vida no es un simple resignarse a envejecer, es atreverse a ser feliz haciendo felices a los demás. Una felicidad fruto de la satisfacción, de la serenidad, de la autenticidad.

Autenticidad: sinceridad, descubrimiento. Reconocer fallos y aciertos, sombras y luces. Mostrarse disponible y dejarse ayudar. Un reto, un camino, un proyecto. O una falacia donde camuflar mi cobardía, mi desgana o falta de compromiso.

lunes, 6 de octubre de 2014

Mi mundo es infinito

                   

¿Quien no ha sentido alguna vez con irremediables ganas de llorar? Seamos sinceros, ha sido el único camino. Dificultades, tropiezos, desilusiones, desesperanzas, fracasos. La vida no es fácil, pero -sinceramente- tampoco imposible. No seamos de los que nos quejamos a la primera de cambio. 

El camino, es verdad, ha podido muchas veces aparecer demasiado cansino, rutinario, agobiante. 

Muchos días del café sólo hemos podido beber ese poso negro, amargo, que deja el sabor toda la jornada. Sólo poso y, cuántas veces, en amarga y pesada soledad.

Pero no sólo yo tengo problemas, esas circunstancias son parte inherente a cada persona. Podemos pensar la acabados o fracasados, pero será porque nos creemos el ombligo del mundo. No somos tan importantes como podemos considerar, el mundo tiene otro eje que no soy yo. 

No es que me consuele pensando que los demás tienen problemas. Eso sería un conformismo necio. Los problemas de las personas son asuntos graves que muchas veces influyen hasta en la salud. 

Pero siempre hay que apostar por la vida, por el lado positivo. De todo mal, se puede sacar un bien.

En mis problemas no se acaba el mundo. Como mucho, finalizará mi mundo. 

Pero sabiendo confiar, aunar fuerzas, abrir mi egoísmo, encontraré otras personas que también portarán sus circunstancias. Pero mi mundo más el de ellos más el de las personas que quiero acabará resultando un mundo infinito, lleno de esperanza, de seguridad, de acogida, de fidelidad, de felicidad.
Mi mundo + tu mundo = el infinito 
¿Quien no quiere unas cuentas así de felices?

Por eso necesitamos sujetarnos el corazón, porque por cada nombre pronunciado desde lo más profundo, ponemos a ese rostro significados como entrega, lealtad, amistad, cercanía... 

Un mundo infinito, como infinita es la alegría o la esperanza o el amor o la misma vida, cuando hemos sabido aprovecharla.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Perseverar ¿cobardía?



Somos hombres y mujeres de emociones. Nuestras respuestas no siempre son las mismas. Dependen de las ganas, de las nubes del día. O del sol. Influyen en nuestro carácter las circunstancias, los avatares, los cansancios y las alegrías. Todo muy humano.

Pero tomado el camino, enseguida empiezan las dudas, lo que no esperabas, que no todo es tan fácil como pudieras haber soñado, calculado o ideado.

¿Es de valientes romper e intentar otro camino? ¡No! Lo cobarde es que, llegados a la orilla final de la vida, ni te hayas enterado de qué corriente ha guiado tu barca, porque has dejado cientas perdidas. Y como único rumor de la ola, rompiendo en la playa, el resultado de la misma pesca en las redes: la decepción de que nada/nadie has mantenido en tus manos, en tu corazón.

La valentía es -sin ser cabezón u obstinado, cual Quijote contra molinos- decisión, coraje. Más que humano: heroico. 

Y así, entran en la coctelera la paciencia, el perdón, la tranquilidad y serenidad. La confianza y el empeño. Tenemos la mala costumbre de usar nuestra cinta métrica para medir las acciones de los otros, sin pensar que ellos puedan tener la suya. Nos erigimos en jueces, cuando ni siquiera tenemos todo el sumario de la causa. Con el agravante de que nos chifla ir cantando a voces la sentencia condenatoria.

Opiniones, malentendidos, gestos o palabras con doble sentido. Nos encantan las oportunidades, en la ropa y para nosotros. Pero no suele ser lo habitual para los demás.

No andar cambiando de chaqueta, de bando, de opinión, de personas. Ser fiel. Serles fiel. Podrán cambiar las circunstancias, pero quien te ha demostrado su cercanía no necesita decírtelo cada día. Ya lo sabes. No necesita oportunidades, las tiene todas desde el primer día.

Perseverar, claro, en el bien, para el bien, construyendo lo bueno. No somos tontos, sabemos perfectamente distinguir. Otra cosa es que queramos.

Y no sólo personas, también la misma vida. Opciones, empeños, sueños, ilusiones. La vida es una maraña de intenciones. No andar bailando con ella: mantener el ritmo, nunca al límite de nuestras fuerzas. Es posible que no seamos felices en algunos momentos... Pero el sol del atardecer encontrará en nuestros rostros la mueca de la seguridad, de la decisión, de la lucha. Sé lo que quiero, sé a quien quiero.

Sólo hace falta perseverar.

domingo, 27 de julio de 2014

Apostar... y saber perder

                           

No siempre en las películas ganan todos. Estamos acostumbrados a que los vaqueros den una paliza a los indios. Y así, nuestra vida.

No nos sale todo bien, a veces no es tan fácil defender el fuerte de madera de los apaches. La vida está tejida de éxitos y de fracasos. De victorias y las desalentadoras derrotas. Esas que nos dejan el sabor del fracaso, de la meta no conquistada, de la playa a la que nunca arribamos. Cada persona, proyecto o deseo es una lucha. Pero no siempre cosa de uno, sino de dos. Cuando no se apuesta por lo mismo, el tren debe echar el freno. Algo o alguien sobra en ese tren.

No siempre podemos ganar, también de las derrotas se aprende. Cuando apuestas por todo o quemas las naves en el puerto para evitar deserciones o, incluso, cedes a parte de ti mismo por otro, y resulta que las cuentas no nos salen. El saldo es a deber.

Pero no por ello debemos caer en la fácil tentación del desánimo. Personas, circunstancias, proyectos, aparecerán cada día. Podrá existir quien pueda haberte desalentado, decepcionado, desilusionado. Habrás puesto la carne en el asador y resulta que se pasó de tanto esperar encima del fuego. Pero ese fuego sigue encendido. Siempre habrá oportunidad. El tesoro escondido en un campo que merece la pena comprar es la vida misma: proyectos, personas, ilusiones, esperanzas, alegrías... 

No obstante, la cosas deben mirarse también desde dos lados, no sea que echemos siempre la culpa a quien no la tiene, o sólo la tiene en parte. Hay que saber examinarse, preguntarse, aceptar la valentía de saber si, a lo mejor, yo tengo algo que ver en estos fracasos. No toda la cupa será mía, pero nuestro propio yo egoísta y avaricioso también puede hacer de las suyas.

No quedarse en el ayer, lamentándose. No pensar en lo perdido, sino en lo que se puede ganar. Luchar por el mañana, en el hoy, sabiendo que el ayer es sólo eso, una historia pasada que mereció la pena, pero eso, pasado ya.

¡A luchar!

jueves, 24 de julio de 2014

Saber desaparecer o saber continuar...


 

A veces lo más prudente es no molestar. Es  verdad que podemos ser importantes en la vida de otros. Quizás les hemos ayudado en su estabilidad o en su proyecto de vida. O hemos aportado mera compañía -¡que no es poco!-. Pero lo más prudente es no convertirse en hipoteca, sino en préstamo vencido: les hemos donado ilusión, esperanza, optimismo, cariño, audacia, coraje... Pero ahora lo prudente es callar, desaparecer, ocultarse. ¿Olvidarse? No del todo, pero si de parte. Cuando no cuentan contigo ¿por qué, para qué insistir? Llegaste en un momento crucial, pero igual ya esa situación desapareció: ¿merece la pena  vivir anclado en ese ayer?

Es duro, es verdad. Incluso muy doloroso. Nos gusta que nos den las gracias o que, por lo menos, valoren lo que hemos hecho. Mendigamos que nos quieran de la misma manera. Pero eso es ya pedir demasiado. Los motivos reales sólo quedan en nuestras intenciones, en nuestro corazón. Muchas veces serán un secreto, a voces, pero secreto. Sólo mis recuerdos serán testigos mudos de tanto esfuerzo. Aunque nuestras lágrimas cueste, aunque nuestra esperanza se agote. Y una vez agotada, el telón oculte el escenario.

La vida pasa. Sería inútil recorrer los días esperando los agradecimientos que no llegan, las luchas que no son compartidas o los sentimientos no expresados... Seguir luchando, seguir marcándose otras metas, continuar descubriendo personas que, como desvalidos, buscan samaritano en sus caminos que les preste dinero o coraje o prestigio o favores o, simplemente, acogida.

El tiempo pasa y nunca más vuelve... Hay que saber no quedarse anclados. Buscar nuevas perspectivas, nuevos horizontes. Ya lo decía Heraclito con su "panta rei": todo pasa. No te quedes llorando tu pasado. No merece la pena batallar por una victoria en aquellos que te consideran o perdido u olvidado.

Lucha en tu presente por los que realmente -¡realmente!- cuentan contigo para su futuro. Y eso se demuestra cada día, ya te darás cuenta... Hay que saber hacerse presente, y hay que saber ausentarse, aunque cueste...

martes, 1 de julio de 2014

No sólo saberlo, también experimentarlo

                        

La vida nos hace transformarnos en tortugas, como si de una metamorfosis kafkiana se tratara. Las dificultades, los cansancios, las luchas, los fracasos nos hacen ir replegándonos en nuestras propias corazas. Nos creamos la felicidad ilusoria de que dentro de ese refugio los problemas me abandonarán o no me agobiarán. Pero no se trata de vivir como un iluso, creyéndome que puedo con todo, sino de ser realista: tendré victorias y experimentaré el sabor amargo de algunas derrotas.

Nunca nos enseñan a vivir, nadie se ha tomado esa molestia. Podremos acumular experiencias, saberes, libros leídos y problemas resueltos. Pero la verdadera categoría de la persona se mide en cómo afronta esas dificultades, cómo bebe el cáliz amargo de los sinsabores, cómo sabe estar siempre donde se le necesite. Nos hemos tenido que quedar tantas veces con las manos vacías o con el corazón helado o sin la palabra acertada. El idiota siempre encuentra soluciones rápidas para todo, pero no dejan de ser parches. El agua seguirá entrando en el casco de la nave de la vida. Hundiéndola, claro.

La vida es dura, la vida necesita construirse a pico y pala, con el sudor de la frente.
De ahí que no sólo sepamos sino que necesitemos experimentar la cercanía, comprensión, amistad, cariño, dedicación de los que quieren estar cerca de nosotros (y nosotros respecto a los que aspiran eso mismo por nuestra parte). No vale con decirlo una vez, hay que demostrarlo cada día. No vale con haber dejado la tarjeta de visita, se requiere la persona entera. Hay mucho en juego: la vida de cada persona.

"La mujer del César no sólo tiene que ser casta, sino que debe parecerlo". Palabras como amistad, entrega o disponibilidad no se conjugan con cualquiera. Una vez barajadas las cartas y repartidas debe jugarse la partida hasta el final. No valen excusas, no sirven pretextos.

Frente al caparazón indicidualista, las manos que acogen, los hombros que sostienen, el abrazo que serena. No se trata de hacer nada extraordinario, sino cuidar los detalles, las pequeñas cosas, estar pendiente cada día. No bastan las palabras, se necesitan los gestos. Un gesto vale más que mil palabras.


miércoles, 11 de junio de 2014

Aprender a equivocarse

                                   
¡¿Pedir perdón?! Triste cometido en una sociedad donde sólo impera lo "perfecto". No nos equivoquemos, nos han vendido un producto que hemos tragado sin disimulo, y si lo perfecto eran los cuerpos danone, los findes veraniegos de playa con barbacoa y los findes invernales de casa rural con chimenea, nos hemos entregado -cual público en concierto- a los sones imparables de la modernidad.

Los sociólogos lo llaman Mc'World. Un fenómeno que todo lo abarca y barniza: desaparece lo característico para envolvernos en el papel celofán de la normalidad, de la uniformidad. No hay razas, ya no hay color, sólo hay dinero. Y para responder a esta globalización o compras tu posición o mejor te quedas en casa (si es que la hipoteca te permite disfrutarla antes de que te mueras). No tienes que ser tu mismo, eso es una vulgaridad: ¡hay que ser como los demás! Sino, ni eres moderno ni estás al día. Y es un fenómeno que parece no tiene marcha atrás.

Su contrario sería la Mc'Yihad, que no dejaría de ser -¡ya lo indica el nombre!- un solapado aldeanismo, integrismo o costumbrismo. Algo marginal, anticuado, para inaptados sociales con profundo dolor de tortículis de tanto mirar hacia atrás.

Los fallos, pues, nos cansan. A tantas horas de gimnasio, tantos kilos de músculo. Horas de trote, calculados menos gramos de grasa. A unos ingresos, correspondientes beneficios. Todo está programado. Ropa de verano, invierno, entretiempo. Bicis de verano y piscinas de invierno. Menos libros y más revistas divulgativas. Sabemos cómo tener la cintura, qué ropa llevar para ir a la moda y nos dicen qué revista es la mejor para el preciso momento. Y, lo peor, obedecemos creyendo que alcanzaremos la felicidad. Somos tan borregos que subimos los cuellos de nuestros polos, nos dejamos la barba de tres días, nos embutimos en unos leggins y vamos por la vida abanderados de la modernidad, perdón, de la normalidad (sic). Y por eso no damos ni un paso en falso para evitar que nuestro maniquí tan repeinado y peripuesto se vea por los suelos. El fracaso no entra en nuestros cálculos. ¡Nos enseñan a que sea así!

Así, la depresión está a la orden del día. Por los proyectos frustados, por los sueños truncados, por los objetivos no conseguidos. Los payasos ya no están en el circo, sino en la calle. Nos hemos convertido en auténticos malabaristas de lo imposible, de la fuente de la eterna juventud que nunca encontraremos. Porque la vida avanza imparable, a carcajada limpia, para aquellos que creían vivir el sueño de la eterna juventud. Que acaba, por cierto, en el silencio absoluto de una condena -el olvido- a la que nos somete la única instancia que nos iguala a todos en el postrero juicio. 

¿Solución? Aprender a equivocarse, aceptar las errores de los demás. Una palabra, un comentario, un gesto, una ausencia. Es sanísimo reconocer que no somos perfectos, que no lograremos la plenitud de ser a golpe de euros. Querer es perdonar, ayudar, corregir, sostener, amparar, acoger... 

Reconocer tus límites, fallos, meteduras de pata. Aprender a perdonar ¡y a reirse! con lo de los otros. Al final del camino no te seguirán los que se creían perfectos (porque sólo se necesitan a ellos mismos), sino que tendrás a tu lado a aquellos que supiste perdonar y que te perdonaron, con los que supiste convivir en lo bueno o lo malo, los que te corrigieron y corregiste, los que sonrieron o lloraron sobre tus hombros. Los que creyeron que tu vida era demasiado importante como para dejarte pasar de largo... ¡Aprende a vivir! ¡Aprende a equivocarte!


lunes, 19 de mayo de 2014

Perdón, un actitud vital

     


No hay expresión más elocuente que la de aquel que ha metido la pata. En una sociedad de orgullosos, donde todos tienen la razón, reconocer que te has equivocado es un gran adelanto. Y, claro, se nota.

Subastamos públicamente famosos, concursantes, vidas privadas. Desde el mando de nuestra televisión decidimos quien tiene sitio y quien no en nuestras casas, al lado de nuestros sofás. Nuestra intimidad se ha convertido en un ver escaparates, los ajenos, donde lo más tierno son las películas Disney, las únicas ya que nos hacen llorar por ternura sensiblona.

¿Quién no se emociona con películas pero se despreocupa de aquellos que cerca están desahuciados? ¿Quién no ha perdido tiempo pensando el sexo de el/la de Eurovisión mientras cientos de nilñas africanas son secuestradas y seguro que no sabemos el país? Lo dicho... nos gusta juzgar.

Cambiar de acera al divisar al pesado, criticar de lo lindo cuando te han fastidiado, querer llevar las aguas a tu molino cuando compartes amistades, creerte que siempre el punto final lo pones tú.


¿Pedir perdón? Cuando te equivocas, cuando valoraste mal, cuando fuiste un malpensado, cuando tus palabras hirieron, cuando tu ausencia dolió, cuando tu presencia molestó. Saber reconocer que hacemos heridas, también que las tenemos. Que no somos tan diferentes de auqellos que valoramos en la tele. Que no somos tan de película como aquellos que durante dos horas alumbran nuestris sueños.

Saber acpetar el perdón y obligarte a darlo, a examinarte, a darte cuenta de palabras, gestos, actitudes, presencias, ausencias... El soberbio se engola en su mundo, el humilde reconoce el fallo. El soberbio nunca se dará cuenta de la verdad, sólo de sus intereses. El sencillo sabrá reconocer que el importante no es uno mismo, sino los demás.

Compartir, querer, amar, perdonar, construir, soñar... Todo va de la mano.

domingo, 4 de mayo de 2014

Amar, incluso renunciando

                                    
No todas nuestras metas se cumplen. Las insatisfacciones, los pequeños fracasos, los objetivos no cumplidos van tejiendo en nosotros un tapiz, que hace de hamaca ensoñadora donde envolver esas desilusiones, disgustos, errores. En esa hamaca, colgada entre los árboles del olvido, nos tumbamos en muchos atardeceres bañados en sol enrojecido, que van dejando en la sinfonía de nuestra vida los silencios, necesarios siempre, pero que no cejan en sembrar su inquietante duda.

Otras veces son las metas logradas, cumplidas. Pero no saber soltar amarras, sentirnos demasiado cómodos en los objetivos cumplidos, nos incapacitan para el futuro, para el día siguiente.

Por eso, amar equivale a veces a saber decir que no, a plantearse una retirada a tiempo. Proyectos, personas, sueños que por más que te empeñes no llegan ya a ningún puerto, han cumplido la fecha de caducidad en tu vida. Una palabra, un desliz, un olvido, un silencio, una incompresión, un presentimiento que llagan la piel, hunden el clavo del "¿por qué?", dejando como única meta la hamaca anterior del fracaso. Y ese momento esperado, o esa meta deseada o el encuentro anhelado se quedan en soledad, en aparente fracaso, en inútil desear. Y no queda más remedio que mecerse entre los árboles del olvido, porque aquello que soñaste, vana ilusión, se quedó en eso, en mero sueño del que más te hubiera servido no despertar.

Sólo aman los valientes, los que se atreven a decir que "no" incluso contra lo que su corazón o mente puedan dictar. Y aquello que podría hacerte feliz, pero sólo unas horas; aquel sueño que parecía se iba a cumplir; aquella meta que pretendías cruzar, se quedan esperando: ya no eres tú el que se mece en la hamaca del olvido, sino ellas, que se quedan enterrados en el baúl de las segundas oportunidades.

Por eso amar, aunque duela, requiere renuncia, dejar de luchar por lo imposible. 

Seamos sinceros: podríamos tener el optimismo necesario para creer que cueste lo que cueste mis sueños se tienen que cumplir. Pero ¿no será demasiada cara la hipoteca? La realidad impone su criterio. No puedes invadir con tus sueños a los demás. Cada uno tiene su vida, también sus metas, su ritmo. Prentender que coincidan a la fuerza es luchar contra tí mismo, pegarte contra un muro. Los caminos se cruzan aleatoriamente a lo largo de la vida, no pueden forzarse. Sería una vía de angustias, de tiranteces, de mera angustia por cualquier desliz. Cada persona, sueño, inquietud tienen su momento. La eternidad sólo le corresponde a Dios.

Seguir soñando con lo pasado, emocionarse por un futuro que no llega, plantearse unas metas que son imposibles, es engañarse, engañar. Realismo, sentido común. El mundo es de héroes, dicen, pero son tan pocos que todos tienen película. Porque realmente son de ciencia ficción. Lo heroico es situarse ante tu historia, saber luchar, esforzarse, no acorbardarse... sabiendo, conociendo y aceptando mis límites, equivocaciones, fuerzas. Para saber soltar amarras, no engañarme/engañar, no perder el tiempo (la vida misma) con lo que nunca podrá ser.

Amar, saber decir no, para demostrar que eso es querer, saber renunciar, descubrir que la vida continua, a veces sin lo/s que quieres. Seguirán apareciendo metas, proyectos, realidades a construir. Y esas si necesitan realmente de ti. 

¿A cuántos, a cuánto habrá que decir "no"? Sin miedo...



domingo, 30 de marzo de 2014

Cuando la apuesta queda en tablas...

                                                
Sin remedio. Así nos podremos encontrar tantas tardes, sosteniendo en nuestras manos una cabeza cansada que no ha parado de pensar. Y todo por el resultado: perder o ganar. El empatar o quedarse en tablas no entra en nuestros cálculos, puede muchas veces costar ánimos, gastar energías útiles para otros fines, cargarse la alegría o, al menos, el entusiasmo. Perdido éste, es inútil ya intentar resucitarlo.

La vida no deja de ser un cúmulo de apuestas: sueños a conquistar, alegrías para compartir, tristezas que ansían quebrar una insoportable soledad. Pero somos hombres y mujeres de "comercio": no entendemos de empates. En los negocios bursátiles ganas o pierdes al invertir. Como una hipoteca: ganas a la vez que pierdes, pero sabes que lo que compras puede llegar un día a ser de tu propiedad. Como el coche o la segunda residencia. Por eso, no se nos puede pedir otra cosa. Si no invertes, pierdes. Si no arriesgas, no ganas. Podríamos caer en el utópico deseo de que yo no quiero ser igual que los demás pero el resultado será en vano: el ambiente nos puede, nos contagia, más bien nos infecciona. No es fácil nadar contracorriente. Nunca lo fue.  

¿Qué pasa cuando te equivocste en los cálculos, erraste, quedaste al descubierto, no te diste cuenta antes? ¿Pero sólo tengo yo ese el problema? ¿Y los demás?



Vivimos una sociedad que pasa de largo, que no se preocupa, que es capaz de caminar a tu lado sin darse cuenta de lo que quieres, ofreces o necesitas. Que incluso es feliz ignorándote para poder autoafirmarse en su propio yo. Curioso. La sociedad de la revolución plural, transformada desde dentro por un ip personal en el que encierro mi vida, mis proyectos y que es único horizonte de mis atardeceres o anocheceres. Nada se puede escapar de esa coordenada. Todo se encierra en esos números. Y esos números cifran mi vida entera. Tampoco es extraño: pagamos por ello (ordenador, internet, luz...), nos creemos con derecho. Pero las personas no son números, no son cálculos/momentos para rellenar un planning.

¿Dónde quedan los otros? ¿Qué lugar pueden llegar a ocupar aquellos que como piedras enlosadas forman el camino por el que discurre mi vida? En nada. O en piedras de toque o en simple tropiezo o en mero resbalón. "Si has formado parte de mi vida ha sido de casualidad, por desliz. O por necesidad. O por interés"... ¿Realmente estoy dispuesto a cambiar de derroteros? Pues no. Porque al final, cambiar da miedo. No siempre apetece lanzarse a la aventura.  Los valientes quedan para las películas, la cobardía es la señal de lo cotidiano. Y la rutina se presenta como mi mejor defensa, como el caparazón capaz de defenderme de aquello que me aterra, de lo que rompiendo mi barrera me deja al descubierto, montrándome incapaz de defender mis posiciones, dejándolas al descubierto para que "cualquiera" las tome al asalto; desesperado al contemplar cómo cae a la primera embestida aquello que durante tantos años me ha costado cimentar y construir.

Realmente, no merece la pena apostar. Mejor pasar desapercibido, no ser significativo para nadie. Pero si pagamos semejante hipoteca, no nos quejemos depués de los intereses.

Así, ¿para qué resistir o plantear batalla? Es necesario preguntar si merecerá la pena. Si la ocasión lo merece, como tantas veces afirman. No siempre la victoria es el inicio de una buena campaña. Una buena estrategia necesita de batallas, derrotas y victorias, que conformen las pequeñas historias de nuestros campos de batalla, aquellos conformados por las mismas baldosas que nos hacían resbalar o tropezar o patinar. La baba del miedo al futuro o del miedo al otro nos imponen su respeto, dejará al aire una boca llena de palabras huecas, que han quedado en redoble de tambor al cual nadie ha acudido. Y hemos quedado cansados de tocar el tambor y de esperar...

La mejor victoria es una buena retirada o un plantearse de nuevo la realidad, capaces de no preguntarse ya por qué hay que cambiar, sino de reconocer que a lo mejor el cambio no necesariamente pasa por mi, sino por los demás. Igual es necesario apagar el ordenador y desconecar internet. Conectarme no con lo/los de lejos, sino con el de al lado. Calcular si a largo plazo los intereses hipotecados no acabarán enterrándome en la soledad, en la indiferencia del resto. Si al final el pozo en el que me he metido no lo he excavado yo solito.

Si no es así, luego no podré pedir responsabilidades. Si no es así, no podré quejarme. O ahora o nunca...



lunes, 3 de marzo de 2014

Audacia: ¡Punto final!


                           

Es fácil exigir responsabilidades, pedir explicaciones, buscar compensaciones.
Solemos recorrer el camino de nuestra vida como únicos protagonistas, valorando muy mucho acontecimientos, personas y actitudes. Sin querer (¡o queriendo!) nos convertimos en jueces, poseedores absolutos de una verdad que los demás parecen no descubrir. Esa verdad la solemos identificar con nosotros mismos. 

Sólo cuando hacen lo que queremos o actúan según nuestras intenciones, son buenos.
Creemos que tenemos una vida complicada, difícil, ajetreada. Actuamos, igual que con los peones de ajedrez, moviendo nuestras fichas, esperando un jaque. Colocamos a la personas como piezas del tablero: según la conveniencia, intentando ganar siempre la partida. Pero palabras como gratuidad, sorpresa, iniciativa, aventura no entran en nuestras variables.

Y al final ¿qué nos queda? Sólo el tablero. Vamos perdiendo las fichas, porque nos las van comiendo la desgana, la rutina, las oportunidades perdidas, las palabras nunca dichas, la sorpresa nunca dada. Los demás tienen la obligación de entendernos, comprendernos. Pero es una actitud que negamos al resto. Como mucho podemos responder poniéndonos la careta de víctimas, de incomprendidos. Echándoles la culpa. 

Actúan incluso como haciéndote un favor. Echándote en cara con su actitud que no sabes agradecer el "¿esfuerzo?".

Por eso, hay que saber romper, cortar, callar, obviar. Aunque duela. No estamos hechos para ser utilizados. Sino para compartir, disfrutar, sonreír, aprovechar, construir. Y lo que necesitas en la vida es quien contagie esas actitudes. Quien nunca tiene tiempo para ti, quizá es porque no te merezca. Quien sólo tiene excusas, realmente te evita. Quien sólo piensa en ti como un cálculo, ha dejado que seas algo más, pero no alguien.

Y la vida no está hecha para eso. Ojalá nuestra meta fuera contagiar aquello mismo que somos: esperanza, ilusión, empeño, ganas de superarse, acogida, perdón, respeto, sinceridad.

Y donde se lee personas, veanse también actitudes, hábitos y actitudes que no nos llevan  ningún lado, más que a la presunción de nuestro propio egoísmo o vanidad.

¿Merece la pena compartir el camino con aquel/aquella que no sabe contagiar sino distanciar?

lunes, 3 de febrero de 2014

Saber que tienes de quien tirar...

                      

No es fácil vivir. Si quieres ser un pasota, comunero o un Robinson Crusoe podrías intentarlo. Pero la poca emoción de las cosas haría que saltases desde el primer puente.
 
La vida no se hizo para afrontarla en solitario. Demasiadas puertas que se cierran, desesperanzas que oprimen corazones, sueños que trastocan en pesadillas, metas que sólo se alcanzan por relevos. Podemos y queremos ser felices, pero a veces esa felicidad debe contentarse con el simple deseo de que no vengan ya más problemas. Es una felicidad "de tregua" (aparente, pronto la calma amanecerá).
 
Es verdad que sólo tiene problemas el que los busca. Cuando quieres un final a cada historia o luchas por tus sueños, es posible tengas que esforzarte, sacrificarte, pasar noches en blanco. Hacemos demasiados cálculos, pero son necesarios para no caer en la simpleza de creer que las cosas vienen solas. No: ¡hay que salir a por ellas! Y dejar la comodidad de casa y de mi vida, cuesta. Pero lo cobarde sería tirar la toalla a la primera decepción o al inicio de los síntomas de cansancio.
 
Luchar, esforzarse, no desesperar, seguir buscando. Si fuera fácil, no merecería la pena. Sólo lo que cuesta lograr es lo que premia mi vida, que no es de esfuerzos baratos sino de sueños casi imposibles.
 
Y en medio de la lucha, del esfuerzo, del cansancio, de las noches en blanco. Y en medio de los proyectos, y las esperanzas, y las alegrías... Los demás. Mi gente, mis amigos, los que he decidido son parte de mi vida, son imprescindibles en ella. Los necesito, me necesitan. Me conocen bien, los conozco de sobra. Y entre ellos siempre destaca una persona: la que no sólo es necesaria a veces, sino siempre. La que no cambiarías por nada, por nadie. La que con sólo decir "ven" sabe dónde tiene que estar. ¡Merece la pena la vida compartida! ¡Merece la pena cuando puedes decir: 'VEN' y te sobran las llamadas!
 
¡Aprovecha la vida, lucha y disfruta! ¡Y hazla disfrutar!