"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


martes, 1 de julio de 2014

No sólo saberlo, también experimentarlo

                        

La vida nos hace transformarnos en tortugas, como si de una metamorfosis kafkiana se tratara. Las dificultades, los cansancios, las luchas, los fracasos nos hacen ir replegándonos en nuestras propias corazas. Nos creamos la felicidad ilusoria de que dentro de ese refugio los problemas me abandonarán o no me agobiarán. Pero no se trata de vivir como un iluso, creyéndome que puedo con todo, sino de ser realista: tendré victorias y experimentaré el sabor amargo de algunas derrotas.

Nunca nos enseñan a vivir, nadie se ha tomado esa molestia. Podremos acumular experiencias, saberes, libros leídos y problemas resueltos. Pero la verdadera categoría de la persona se mide en cómo afronta esas dificultades, cómo bebe el cáliz amargo de los sinsabores, cómo sabe estar siempre donde se le necesite. Nos hemos tenido que quedar tantas veces con las manos vacías o con el corazón helado o sin la palabra acertada. El idiota siempre encuentra soluciones rápidas para todo, pero no dejan de ser parches. El agua seguirá entrando en el casco de la nave de la vida. Hundiéndola, claro.

La vida es dura, la vida necesita construirse a pico y pala, con el sudor de la frente.
De ahí que no sólo sepamos sino que necesitemos experimentar la cercanía, comprensión, amistad, cariño, dedicación de los que quieren estar cerca de nosotros (y nosotros respecto a los que aspiran eso mismo por nuestra parte). No vale con decirlo una vez, hay que demostrarlo cada día. No vale con haber dejado la tarjeta de visita, se requiere la persona entera. Hay mucho en juego: la vida de cada persona.

"La mujer del César no sólo tiene que ser casta, sino que debe parecerlo". Palabras como amistad, entrega o disponibilidad no se conjugan con cualquiera. Una vez barajadas las cartas y repartidas debe jugarse la partida hasta el final. No valen excusas, no sirven pretextos.

Frente al caparazón indicidualista, las manos que acogen, los hombros que sostienen, el abrazo que serena. No se trata de hacer nada extraordinario, sino cuidar los detalles, las pequeñas cosas, estar pendiente cada día. No bastan las palabras, se necesitan los gestos. Un gesto vale más que mil palabras.


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