"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


sábado, 29 de diciembre de 2012

Lo mío es lo bueno, y punto final.

                                  
¿Quien de nosotros alguna vez no ha podido pensar: pero este/a qué me está contando? Somos hombres y mujeres a los que nos gusta nos den la razón: ante lo sucedido en casa o en el trabajo enseguida esperamos valoren positivamente nuestra versión u opción. Los proyectos que hacen sonar nuestro despertador desvelan sueños, pequeñas metas que diaria o periódicamente queremos ir conquistando: esas victorias influyen más de lo que pensamos en nuestro carácter y en las ganas de afrontar la pelea de cada día. Cualquier acontecimiento o persona que se salga de lo habitual (de lo que nosotros consideramos como 'normal') nos quita la paz más rápido de lo que nos podamos ni imaginar, inmediatamente vemos la mejor manera de quitarla de en medio, si hace falta incluso en las redes sociales. Los demás no nos hacen falta...

Una vida en plenitud nos abre a la sorpresa: las cosas ni son tan difíciles ni tan imposibles como podamos creer, mis puntos de vista no tienen que ser siempre los correctos... Las dificultades siembran el susto, las contradicciones cosechan la pérdida de la la paz, los disgustos dan como fruto el desánimo. En el día a día siempre hay que roturar y echar la semilla con buena cara, sin esperar segundas intenciones, sin ponernos a calcular y esto por qué y para qué. Vivimos en una sociedad de seguros para el coche, la casa, la moto, la vida o los mordiscos del perro: somos hijos de una mentalidad mercantilista que a todo le pone precio y caducidad. La experiencia nos demuestra que la amistad, el amor, la felicidad, la tranquilidad o la fidelidad no hacen falta ni comprarlas ni mucho menos hacerlas caducar.

En una sociedad salvajemente materialista podemos vivir en tres actitudes:

1.- Sólo se come lo que gusta, sólo aceptamos lo que realmente nos apetece o creemos nos sirve -por lo menos en Europa que tenemos de todo-. Tenemos que darnos cuenta de que lo que realmente caduca somos nosotros mismos: ¡cuánto hemos cambiado -en pocos meses- opiniones, valoraciones o juicios! Con la mente cerrada, con la vida negada a la sorpresa, creyéndonos siempre el centro, nunca tendremos necesidad. Estaremos 'fartucos' de nosotros mismos, aburridos, cansados, desengañados, a la búsqueda siempre de nuevas sensaciones... La vida compartida sacia, llena, fortalece. Pero no de cualquier manera. Por eso los demás muchas veces ya no nos dicen nada, nada nos suena a nuevo:
nos hemos acostumbrado a que los demás sean algo mas, no alguien mas...

2.- ¿Que damos nosotros a los demás? Queremos que nos ayuden, que nos vaya bien la vida, que los problemas sean para los demás y no para mi... Pero a los demás les contentamos con una velina en la tarta, una promesa que igual ni cumplimos o un mensajito oportuno. No. Hay que prepararse, revisar, actualizar la base de datos de nuestra vida... No queramos engañar a los demás engañándonos a nosotros mismos. Sabemos que no podemos tratar a los demás de cualquier manera, como tampoco nos gustaría que de cualquier manera nos trataran los demás.

3.- Y cada tarde, dar gracias. Nos han dado lo que no era nuestro, lo que necesitábamos. Y parece como si los demás nos debieran un favor. El favor te lo han hecho a ti. Una vez más han querido encontrarse contigo, con nosotros. Se agradecido. En cada detalle: amabilidad, dulzura, comprensión, servicialidad.



miércoles, 19 de diciembre de 2012

De lo que yo creo a lo que los demás ven


Es ya un clásico de nuestras vidas comprobar cómo cambia el prisma o la perspectiva depende de quien lo mire. Para nosotros lo que hacemos siempre está bien. Nos encanta el resultado de nuestro trabajo y esfuerzo, las notas dominantes de nuestra personalidad. Incluso en los detalles pequeños: podemos tardar años en encontrar nuestro estilo, aquel con el que nos identificamos. Pero el resultado de tantos esfuerzo merece la pena: soy yo mismo, nosotros mismos.

En cambio, qué fácil es encontrar en la vida alguien que no sepa valorártelo adecuadamente o incluso ni pierda tres segundo contemplándolo o contemplándote. Es ley de vida. Nos gusta que nos reconozcan y nos den nuestros minutines en el paseo de la fama. El cansancio tras el esfuerzo necesita de la aprobación general, del aplauso postrero a la culminación de una obra genial donde el espectador se ha sentido involucrado.

Pero esta vida es la de las prisas. Ya decía Manuel García Morente que este mundo corría y corría hasta extenuarse con el triste destino de ni siquiera saber a dónde iba tan deprisa. Por eso lo que nos pasa a nosotros no es tan raro: le sucede también a los demás.

Para lo nuestro siempre tenemos tiempo, todo nos parece poco. Incluso creemos deberían valorarnos más, tenernos más en cuenta, aceptar dogmáticamente nuestras opiniones. En cambio para lo de los demás siempre tenemos prisa: creemos que ya tenemos bastante con lo nuestro. Y lo mejor es no coger la llamada del móvil o no responder al mensaje o pasar de largo para no encontrarte con el pesado de turno. Tenemos mucha prisa para lo de los demás, ninguna para lo nuestro.

Vivimos una sociedad -ya se dijo en un post anterior- de escaparates ambulantes: todos tenemos mucho y muy bueno que mostrar. Tenemos los mejores productos, soluciones y respuestas en nuestras estanterías. Pero el resto anda con la misma velocidad que yo: ¡a tope! Y por eso ni nos enteramos -y muchas veces preferimos ni enterarnos- de lo que pasa a nuestro alrededor, con los de nuestro entorno. Nos preocupamos tanto del interior de nuestro escaparate que se nos olvida que lo que quieres para ti primero debes sembrarlo en los demás. Ya lo dice el refrán popular: "manos que no dais, ¿qué esperáis?"

Es Navidad: tiempo de pararse a pensar. De disfrutar de familia y amigos. De aminorar la prisa del tren de la vida para disfrutar del paisaje y del "paisanaje", de darnos cuenta de que alrededor hay muchas personas con experiencias dignas de ser compartidas. Lo mío, lo de ellos: es lo de todos. Con lo de todos llegaremos al final con la satisfacción de haber experimentado que hemos sido más felices, que hemos tenido más (compañía, amistad, alegría, compasión...); con lo mío si tendré, claro: la insatisfacción de que nadie jamás me entendió, la desazón de experimentar si mereció la pena tanta lucha. Que no se nos pase una oportunidad más de Navidad perdida entre viajes, cenas, prisas y búsqueda de regalos...

No está la felicidad en el tener, sino en el compartir. No se trata de hacer nada raro: hacer lo mío de los demás, hacer a los demás parte de mi. La vida no es un otoño: donde los demás se descubren, se quitan sus hojas ante mi. La vida debe ser primavera: donde los demás florecen, sacan sus mejores colores y sonrisas, gracias -en parte- a mi...


domingo, 2 de diciembre de 2012

El amor no soporta el silencio



No podemos disimular. Somos -normalmente- hombres y mujeres que buscan la alegría. Nos encanta estar bien con nosotros mismos y con los demás, la alegría es tremendamente contagiosa. Nos entusiasma también que los demás lo pasen así con nosotros. Sonrisas, miradas, complicidades, incluso los silencios, encuentran sentido en esos momentos. Lo que nos apetece es que esas jarras de cerveza sigan bajando de nivel celebrando la amistad, o se confundan los humos del cigarro con el vapor del café. Una excursión, una aventura, una mesa, una oración... Todos esos ámbitos los sabemos aprovechar. Experimentamos en ellos  ansia de eternidad, deseo de que la vida siempre fuera así. Necesitamos estar enamorados, ser cómplices: pero de muchas personas, situaciones, alegrías, compañías, canciones...

Todavía nos hace reír aquella anécdota, la llamada inoportuna o la metedura de pata. Recordamos con agrado los momentos y complicidades vividos en torno a una mesa, aquella excursión que esperábamos no acabara nunca. No vivimos de melancolías, pero esos recuerdos son los que ensanchan nuestros corazones en los momentos bajos, en las situaciones difíciles, en los días de bajón. Por estar "enamorados" no vamos a evitarlos, pero si afrontarlos de manera muy diferente.

Si algo nos hace feliz es palpar la felicidad en la mirada del que te has tropezado de repente o del whatsapp que acaba de sonar en tu móvil. Alegría de saber que para esa persona eres importante, eres "alguien" por el cual merece la pena parar en el trasiego diario. Te apoyas en ese sentimiento, en esa vivencia. Es algo real: En medio de los ruidos y trajines de la vida, de las dificultades y enfermedades, de los hospitales y rehabilitaciones, de exámenes o conferencias, de trabajo rutinario o tráfico embotellado. Sobre tanto ajetreo sobresalen los momentos de amistad. Donde realmente eres tú, donde realmente los otros te valoran por lo que eres. Todos necesitamos esa parada, ese café, esa cerveza, esa mirada, esa sonrisa, esa complicidad.

Nos encanta, pues, ser felices y hacer felices a los demás. No lo podemos disimular. Lo mejor es estar "enamorado". Sólo un enamorado sabe lo que siente, lo que contagia. A alguien "desenamorado", frío, serio, rencoroso, lánguido sólo le entienden las frías y marmóreas estatuas de cementerio, inermes testigos de un tiempo caduco, condenadas también a la soledad pese a los cientos de cadáveres presentes.

Pero hay momentos en los que el silencio pesa. Nos duele el silencio, nos incomoda la "calma chicha". Cuando ya no hay quien se siente a tu mesa o apure su vaso contigo. Cuando el móvil espera el mensaje que nunca llega. Somos hombres y mujeres de ciencias: hacemos demasiados cálculos y por eso los cuentas no nos salen. El amor, a veces, se hace esperar, es encontradizo, escurridizo, huidizo. Y no me refiero al amor de enamorar, sino al amor aristotélico de amistad, que es uno de los más puros. Nos gustaría que nos amaran como nosotros queremos, que nos lo demostraran como nos gustaría que lo hicieran ¿pero es eso amor de amistad? No, más bien me suena a hipoteca.

Deja que cada uno te ame como pueda. El amor no es tanto detalle -que también- como seguridad: la tranquilidad de que tras ese número o esa matrícula hay alguien que merece la pena. Con café solo o descafeinado, con cerveza belga o una sin, con un vaso de vino o un botellín de agua. Pero déjate querer: práctica la sencillez, la acogida, el respeto, la verdad. Sé libre para que los demás se den cuenta de que también tienes tus límites y no hay que estirarte como a los chicles. No es el truco el que los demás me llenen el vacío que experimento, sino que entre tu amig@ y tú hagáis un todo, donde ya no hay vacío sino plenitud. No "necesito" a mis amigos. Son más que necesidad: son parte indispensable de mi vida. 

El amor no soporta el silencio, es verdad. Pero que ese silencio no sea la expresión del vacío interior por lo que crees deberían darte los demás. Que ese vacío sea el espacio necesario par llenarlo con las palabra y sonrisas, con la esperanza y paz que aportan aquellas personas -que de la manera que puedan- te demuestran cada día que  tu no eres un@ más.

sábado, 17 de noviembre de 2012

No nos salen las cuentas


A nadie le resulta extraña aquella expresión popularizada en plena revolución de los 60 y cuyos ecos aún perduran: "Si Dios está muerto, todo está permitido". Es la típica respuesta de aquellos que liberados de toda esclavitud (dicen ellos) que no responda a la verdad de la persona, han conquistado s mayoría de edad para decidir lo que está bien o mal. La libertad es el resultado de mi bienestar: puedo comprar lo que quiero ¿por qué no también lo bueno o lo malo?

Pero lo cierto es que a nuestra sociedad de hoy no le quita el sueño si Dios existe o no, hemos pasado al "si Dios existe, es su problema". Nos hemos subido al carro victorioso de una sociedad consumista, y como tal, establecemos los vínculos de unión con vecinos, amigos, conocidos, compañeros de trabajo y parejas con tintes económicos de ganancia o pérdida.

"Tanto tienes, tanto vales". Nos cuesta perdonar o amar o respetar o perder, hay verbos que no conjugan bien con palabras como eficiencia, rendimiento, beneficio. Somos los mejores amigos de los cálculos: nos creemos poseedores de la verdad que puede hacer mejorar las cosas y cuando la ponemos encima de la mesa, nuestros cálculos no coinciden con los de los demás. El resultado de ambas sumas siempre es la misma: el desastre.

Es difícil, hay que reconocerlo, descubrir y querer lo verdadero. Hay que saber renunciar a mis pequeñas cotas de verdad -conseguidas muchas veces tras reveses, decepciones o experiencias varias- para ver sumar una verdad que pueda ser realmente la que pueda abrirnos las puertas de la felicidad, de saber que lo que realmente hago me hace luchar por aquello que me construye como lo que soy, pero no sólo a mi, también a los demás.

Si tratamos a los demás como "comercio" nos costará perder: nos han programado socialmente para comprar, adquirir, elegir lo deseado, ahorrar para conseguirlo y disfrutarlo. Ya no nos cuesta demasiado conseguir nuestros sueños, las princesas han envejecido en sus palacios de cristal esperando caballeros al rescate: nuestras metas tantas veces se encierran tras un escaparate -ya sea físico o virtual- que nos anuncia cómo la felicidad se consigue tras el desembolso de unos cuantos euros. Una trampa, claro, pero nos encanta caer en ella. Incluso con el señuelo de rebajas.

Las personas son más que escaparates en los que descubrir aquello que me pueda interesar. Son ellas en su totalidad lo que me debe importar: saber admitir y perdonar fallos; construir juntos, sin necesidad de protagonismos; aportar entre todos la solución y no esperar que la tenga que dar siempre yo; esperar yo por los otros y que no sean los otros los que tengan que esperar para mi. Saber atreverse, adelantarse, conciliar, unir... Y claro, demostrar que soy más que un simple escaparate.

En este mundo progresa el que tiene la tarjeta de crédito con más oro. Podemos demostrar que nosotros no somos comerciantes de amistad, no ponemos nuestros valores personales en la bolsa para que suban acciones por el reconocimiento de los demás. Somos capaces de perder: dinero, tiempo, incluso vida con aquellos que llamamos y son amigos, familia. Ellos también lo pierden por nosotros. El que siempre quiere ganar acaba perdiendo, la vida nos lo demuestra dura e inmisericordemente tantas y tantas veces.

No siempre hay que ganar, por eso a esta sociedad no salen las cuentas.



jueves, 25 de octubre de 2012

La cara más alegre de la normalidad


Recoger un alfiler
A eso, sólo a eso, se había reducido la vida de una veinteañera con todo el mundo por delante, con mucho futuro... "Si recojo un alfiler caído al suelo por amor a a los míos es un acto grande, el más grande hecho por amor"...  Un mero alfiler...

En cambio, cuántas veces los alfileres los usamos para clavar en el corcho de nuestra vida -ese que tenemos para que lo vean los demás- nuestras "importancias":
- que me valoren...
- que se den cuenta de todo lo que trabajo...
- que cuenten conmigo...
- que me hagan caso.
- que tenga la última palabra.
- que me den siempre la razón.

Los alfileres del suelo los hemos dejado para otras, para otros... Nos creemos, demasiado importantes. Tan importantes que incluso ya lo de los demás sobra en nuestra sociedad, incluso (no miremos fuera) en nuestra propia vida.

Nos fiamos de los demás, es verdad. Pero nos rebelamos: "por qué, por qué así, por qué ahora, por qué no de otra manera".  De alguna manera no nos gusta demasiado aquello que se sale de nuestros cálculos, de nuestras ideas.

Vivimos demasiado preocupados de las heridas. L. Bloy decía que el sufrir pasa, el haber sufrido no. Sufrimos demasiado, por alfilerazos, pero seguimos sufriendo porque queremos. Por no saber cerrar a tiempo las heridas, que tan sólo son eso: heridas. Mi vida es más.

 ¿El camino?  Sufrir, si. pero con otra perspectiva totalmente diferente: El amor cuando es de verdad se nota en una cosa: en que duele. Duele estar disponible, ser servicial, callar a tiempo, no pensar mal, no criticar cuando todos lo hacen. Duele la humildad, la sencillez, la docilidad, la entrega...

Duele el amor. Sería mejor recoger un alfiler. Pero nos gusta más vivir a lo nuestro, ser protagonistas, llevar la voz cantante. Al fin y al cabo no somos tan originales y la historia se repite: igual que aquellos primeros Adán y Eva que no le hicieron ascos al fruto del ambos de la ciencia del Paraíso para decidir por ellos mismos lo que estaba bien o mal... ¿Qué hacer, pues?
Sencillo: "Ama y confía". Ama y sirve. El que ama no se equivoca. Piensa quiénes son o qué son esos alfileres de tu vida. Aquellos y aquello por lo que tienes que agacharte al suelo. Aquellos ante quienes tienes que ponerte de rodillas para servirles. Somos servidores, no imponemos la verdad: la vivimos y por tanto la contagiamos.Tampoco la cambiamos o adulteramos porque nos comenten que las rebajas atraen a más gente. Nuestro amor y entrega no son de rebajas, de segundas oportunidades. Cualquier detalle cuenta para el servicio, para el amor, para la entrega. Eso si, ¡no esperes a mañana!
 
 

jueves, 11 de octubre de 2012

La alegría de saber que tienes a alguien en tu camino


                                    

No hay maestra como la Vida. Aquí no valen ni chuletas de exámenes ni días lectivos "pirados". Esta maestra sabe más que nosotros. Es de las que cuando tu vas, ella vuelve. Y eso se nota.

Cuenta además con un buen aliado, otro traidor a nuestra humana existencia: el Tiempo. Cada hora, cada minuto, cada tarde nos recuerdan a siniestro dúo lo caduco de nuestros sueños, lo corto de nuestros proyectos, el rumbo de este tren que es la vida en la que cuando menos te lo esperas el revisor te indica que has llegado a la estación. El cansancio o incluso el agotamiento, la rutina o la desgana, el simple pasar las hojas de un calendario que sigilosamente nos va advirtiendo que cada página se lleva un tiempo que nunca más volverá. 

El panorama es cuanto menos poco alentador. Pero hemos sabido descubrir que la vida es más que tiempo. La vida son personas, la vida también eres tu: eres vida para otros. Así, cada tarde o momento vivido; cada conversación o encuentro fortuito; cada mensaje o cada llamada son momentos irrepetibles, únicos, que nunca más volverán. Hay que saber aprovecharlos.

Podemos pasar las hojas del calendario esperando encontrar señalado en rojo nuestro día. Cuando otros sean los que arranquen sus hojas nos daremos cuenta de que ese día nunca llegó. Porque esos días eran todos, y no hicimos otra cosa que desaprovechar la oportunidad. Nos quedamos esperando, descuidando lo de alrededor y al final la Vida y el Tiempo pudieron conmigo, con nosotros. Nos la supieron jugar.

En cambio cada minuto es bueno para darse cuenta de que hay algo capaz de vencer a estos dos traidores empeñados en amargarnos la vida. Frente a mi "yo" diario, con sus victorias y derrotas, alegrías y penas existe un "tu" que puedo multiplicar hasta el infinito. Personas, momentos, encuentros, vivencias, oportunidades, saberse perder para poderse encontrar... Que mi "yo" quede grabado para siempre en un "tu", en muchos "tu".

El tren, es verdad, seguirá su rumbo. El revisor tendrá que cumplir con su obligación de señalar nuestra estación. Pero será muy diferente cuando al bajarte del tren puedas ver sus ventanas llenas de otros "tu" que convencidos te digan: "seguimos contando contigo"...


domingo, 7 de octubre de 2012

Vivir de las batallas del ayer...



Suele pasar que nos preocupamos demasiado del ayer. Nos pueden los recuerdos, nos siguen cansando las equivocaciones, seguimos sonriendo con los aciertos. La vida, sabemos, no se detiene para que vivamos recordando, el tiempo continúa. La historia no se ha hecho para seguir revolviendo en el baúl de los recuerdos. En ese baúl ya sólo están aquellas fotos en papel, los pantalones pasados de moda o aquellos libros con tapas amarillentas que nos recordaban cada curso que íbamos creciendo. Vivimos felizmente (eso parece) encadenados a lastres que nosotros mismos candamos a nuestro corazón, a nuestra vida...

Cuánta gente sólo sabe vivir de aquello que hizo, dijo, trabajó o realizó. El derrotado sólo sabe hablar del ayer. El vencedor ya está pensando en pasado mañana. Pero no sólo eso: el ayer también nos habla de fracasos. Aquellos fantasmas de lo que quisimos ser y conseguir y no fue posible. Por mi culpa, por tu culpa o por la de todos un poco. Y así el éxito de otros me puede, me cansa, me quita la paz o cuanto menos me molesta. No es sólo mi ayer, también el de los demás.

Podemos vivir, como la canción, pendientes de la Revolución. Pero pasada está. Hoy solo cuatro dinosaurios emboinados de satisfactorio autobombo podrán defendernos aquellas luchas contra el fascismo. Este mundo, nuestra historia, ha sufrido su conformismo. Si hay crisis es por que los mismos que sostenían la pancarta frente a los grises, azules o rojos la han cambiado por el maletín del capital, la bolsa del consumismo o la cobardía del burgués. Las letras han cambiado por más que pretendan engañarnos con la misma música.
 
La vida nos espera mañana. No podemos vivir anclados en el ayer. No es tiempo ni de músicas o letras del ayer. La música, la banda sonora de tu vida, te la tienes que currar cada mañana. No dejes espacio a los éxitos de ayer. Esos pasaron. Lucha por aquello crees que mereces, lánzate al mar del presente solo con el flotador del mañana. El ayer es sólo un lastre. No seamos tampoco ilusos: del ayer también se aprende. Pero una vez realizados los deberes no sigamos toda la vida cantando continuamente esa misma lección.

Es verdad, justo es reconocerlo, que a veces nos decepcionan. No valoran nuestro trabajo, esfuerzo, dedicación. Nos gustarían las cosas de otra manera. Quizás qué nos tuvieran más en cuenta o siquiera nos tuvieran presentes. Pero eso ya es cosa del ayer: aunque sean unos segundos. Ahora mismo ya es tu futuro, te está llegando, lo estás tocando... ¿NO CREES QUE TE MERECES LO MEJOR?

Y como en cada música habrá momentos de dúos o de coros, de monólogos o de acústica. Pero aprovecha, no pierdas el tiempo cargando con un saco rebosante de "ayer"... Mételo en la chimenea y con el calor de lo trabajado, conseguido, sufrido, disfrutado y vivido tómate una copa brindando por aquel que ya hace unos cuantos años nos aseguró: Carpe diem! (Aprovecha cada momento). Y que si hay un ayer, sea el de aquellos que hoy y mañana sólo podrán mirarte con envidia: "ande yo caliente, ríase la gente".

sábado, 22 de septiembre de 2012

La seguridad de saber qué quieres...

No hay peor situación que una persona de la cual nunca sabes por dónde le va a salir el tiro: si por la culata o el cañón. Vienen con los de la feria, se marchan con los del ganado; aparecen con la Paloma y reviven por san Isidro. Les va todo, les van todos, de todos y todo hablan. Pero en nada se comprometen.
Es la situación que tantas veces podemos afirmar de aquel tonto que al señalarle la luna se quedaba mirando el dedo. Ninguna consejera peor que la indecisión, ninguna amiga más rastrera que la vida con el complejo de veleta: depende por dónde (y quien) sople.


Hay que reconocer que es verdad que no les suelen faltar a éstos amigos. Claro, siempre hay gente bien dispuesta a que le calienten el oído, a que glosen sus hazañas o cuánto menos le soplen cerquita, como quien no quiere la cosa: "como tú no hay ninguno." No les va mal, no. Pero ¿Se puede ser feliz así? ¿No llamarán felicidad a la mera ausencia de problemas? Si en la vida sólo sabemos calcular, las cuentas nunca nos saldrán. No han pasado a la historia los aduladores - alguno si, bueno- pero las calles y plazas y avenidas se dedican a descubridores, luchadores, aventureros... Hombres y mujeres que supieron descubrir un horizonte: la Verdad. Y fieles a ella llegar hasta los últimos rincones del planeta, de la ciencia, del pensamiento o de la literatura.

Pero no nos equivoquemos: tampoco se trata de ir soltando lo primero que se nos ocurra. Hablaba Kant del imperativo categórico con aquello de que pienses si lo que tú haces podrían hacerlo los demás; o incluso Jesús de Nazaret con aquello de amarse unos a otros. Son dos abismos. En el medio, la virtud. No podemos tratar a los demás de cualquier manera. Siempre esperan algo de nosotros y no podemos defraudarles... Valentía, lealtad, coraje, servicialidad, agallas, entrega... Cara y cruz, pero ¿qué es eso, sino la propia vida?
Echemos la moneda... Caerá de canto: ni para ti, ni para mi. Para los dos. Para los tres. Para todos.


Todo depende del papel que hayas elegido en la vida, eso si, después no te quejes si no has logrado vender todas la entradas.
La suerte está echada: veleta o cimiento que no se ve pero sostiene; o reina de la farándula o monitor de atrezzo que posibilita que cada escena y personaje salgan como requieren ( ni más ni menos). 

Todo depende del papel que hayas elegido en la vida, eso si, después no te quejes si no has logrado vender todas la entradas.



sábado, 15 de septiembre de 2012

La aparente dificultad de la felicidad




Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Puede que sea verdad. No aprendemos, dicen, ni a trancas ni barrancas, a pesar de los que defendían que "la letra a golpe de palo entra"... 

Parece vivimos esperando lo que no llega, ansiando lo que soñamos nos llene de felicidad, dejando descolgarse las hojas del calendario mientras nos cansamos de tachar cada noche ese día que esperábamos fuera ya el nuestro.

Queremos que nos llamen, que nos citen, que nos tengan en cuenta. Aguardamos con impaciencia gradual esa o esas personas en las que descubrir lo que todavía no hemos experimentado o podemos contemplar con envidia en los demás. Esperamos, si, pero siempre que empiecen los demás. Nos creemos demasiado importantes, parece, o cuanto menos, bastante mas ocupados que el resto de los mortales.

Empezar es cuestión de suerte, la de los principiantes. Perseverar es de conquistadores o de héroes. Cuánto cambiarían las cosas si en vez de esperar que me llamen, llamara yo. Si en vez de esperar que me invitaran, lo hiciera yo. Si en vez de estar esperando que me tengan en cuenta, tuviera yo a los demás.

No nos cuesta protestar y poner el grito en el cielo cuando los demás tienen iniciativa y no se acuerdan de nosotros, o del mensaje que nunca llega... Pero las oportunidades no están en los cajones de nuestras casas o despachos, sino en las manos de los demás. Nuestra vida no está hecha para esperar oportunidades, sino para darlas. No estamos programados -cientificamente demostrado- para conquistar El Dorado o la Atlántida, sino para descubrir que cada persona puede ser ese tesoro que me gustaría poseer. Eso si, pero como Ali Babá cada uno tendrá que descubrir la palabra mágica, esa que abre la cueva, el corazón, de los que tiene enfrente. Requiere tiempo, esfuerzo, ganas, dedicación... Claro, no te la van a decir nada más llegar...

En fin, si te quejas es porque quieres. Decídete a dejar de ser protagonista de tu propio culebrón, atrévete a poner un casting en tu vida: arriésgate a co-protagonizar una película, la película de tu vida, esa en la que quieres nunca llegue el final...

lunes, 10 de septiembre de 2012

Color esperanza



La vida nos demuestra cruelmente tantas veces lo difícil de la lucha. Deseos, aspiraciones, inquietudes, ilusiones. Construimos el presente soñando un futuro de probabilidades que tantas veces son tejidas por adversas circunstancias, teñidas con los colores de las oportunidades dadas o deshilvanadas por una suerte esquiva que prefirió no sonreirnos.

Somos viajeros, ciertamente, con un destino común, con el triste sino de ver pasar los años, de colar nuestras vidas en el tamiz indolente de un final que espera inexorable e inmisericorde cada oportunidad. Mientras tanto el reloj continúa su labor, cada día pide su significado, su "por qué" o cuanto menos una simple respuesta, un mero sentido a su labor.

Cada sonrisa o mano tendida o una persona que escucha son un hito, merecen -claro- un sitio en el corazón. No es la vida fácil, no, pero afirmando que hay personas que la complican más también es verdad que con otras es mucho mas fácil. También habrá que preguntarse si a los demás yo se la complico o me implico con ellos.

Desconozco la experiencia de cualquier refugiado en un campo o de aquellos que horrorizados contemplarían desde sus barracones las trémulas procesiones hacia las cámaras de gas. O el sentimiento de impotencia en esos 100 inmigrantes cuya patera se hundió a poca distancia ya de aquel sueño esperado: Europa. El hambre del que ya no puede ni disimularlo con su familia o el enfermo que sabe ya ha comenzado la cuenta atrás. La familia que ha ingresado la lista del paro y miran con preocupación cómo comienzan a disminuir sus ahorros...

El panorama no es esperanzador. Pero si podemos nosotros poner de color esperanza estos grises inciertos de apatías, indiferencias, traiciones y humillaciones. Cada situación o persona o conversación puede ser transformada. El optimista crea alegría, el alegre sabe tejer lazos de amistad. Sólo con ver su foto se te ilumina la cara con una sonrisa. Quizás una buena solución a esta crisis desesperandora seria poner grandes carteles con gente feliz para volver a descubrir que podemos serlo si queremos y experimentar que los nubarrones no podrán nunca ocultar la luz...

O nubarrones o sonrisas, esperanzados o desesperanzados, ilusionantes o desilusionantes. Un reto, un empeño. No disimulo que el final llegara, es verdad, pero qué diferente será afrontarlo desde un lado u otro. Que diferente será cuando alguien - quizá algo perdido- se tope con la losa que cubra mi sepultura y sin poder disimular una sonrisa salga de su corazón una simple oración: 'gracias'.

martes, 21 de agosto de 2012

Ni yo ni tu: nosotros


No es fácil aceptar una corrección. Nos cuesta tomar una decisión, nos lo pensamos mucho antes de dar una respuesta. Es verdad que muchas veces dependemos de nuestros estados de ánimo y enseguida en situación favorable optamos inmediatamente por el 'si' (o por el 'no', depende quién nos lo pida) Pero una vez hemos optado, nos hemos decidido, apostamos a una carta es fácil que la decepción o la desilusión campeen a sus anchas si -según el parecer de los demás- nos hayamos podido equivocar.

A nadie se le escapa que la vida está construida sobre los cimientos del acertar y del equivocarse. Caemos y nos levantamos cada día, muchas veces, en diversos momentos. El polvo del camino de los años se nos va pegando al cuerpo con el sudor del esfuerzo, del empeño por conseguir la felicidad, o por lo menos del sentirse a gusto. Pero la vida no es de los neutrales, de los que nunca optan o se 'mojan'. Esos nunca saldrán en los libros de historia, ni sus bustos o placas adornarán nuestras plazas y calles.

Debemos aprender de los demás. Cada uno debe tomar sus propias decisiones, pero valorando las opiniones, las correcciones de los otros. Especialmente las de aquellos que forman parte de nuestras vidas. No siempre tendrán la razón, como tampoco tu. La vida se construye con lo que tu aportas y con lo que los demás aportan a tu vida. El que siempre quiere tener la razón, el que quiere siempre salir ganando al final pierde, seguro.

¡Pero de los demás aprender, no imitar: seamos originales, no malas copias!

Dejarse ayudar, aceptar opiniones contrarias, saber dialogar, buscar entre los que me valoran aquello que me puede venir mejor. No encerrarse en uno mismo, en opiniones e ideologías. Ser capaz de valorar lo otro y los otros. Abrirse a opiniones contrarias, valorar lo positivo de otras opciones. No ser negativo, soez, crítico, difamador, sembrador de dudas...

El camino del autentico ser de la persona pasa por los otros. Solo puedes llegar a descubrir quién eres tu en el espejo de los demás. Si el único importante de tu vida eres tu mismo, nunca llegarás a descubrir verdaderamente quién eres. Por eso no solo aceptamos de los demás halagos y buenas palabras. Sus correcciones, opiniones, valoraciones nos ayudarán más de los que podríamos pensar. El verdadero amigo no es el que siempre te da la razón, sino el que sabe quitártela para ayudarte a crecer. Un amigo no te engrandece, sino que crecéis juntos. El verdadero amigo no te hace pequeño, sino que te iguala. Un camino difícil para iguales, para esperarse uno al otro, para sostenerse o defenderse o animarse o alegrarse. 

Todo depende de las cadenas con las que te ates: las del egoísmo o las de la verdadera amistad. Tu mismo...

domingo, 12 de agosto de 2012

Sentirse acompañado, don y tarea



Sentirse acompañado, don y tarea

Una de las mayores preocupaciones de nuestras gentes es la soledad. Nos puede el silencio - se convierte en griterío de ausencias-, nos angustia el camino solitario sin manos donde apoyarse, nos decepcionan las tardes de sofá donde nuestra única compañía son los personajes de la tele. No debe existir peor final que aquellos pobres ancianos a los cuales encuentran muertos tras semanas o incluso meses. No es por morirse solo, sino por saber y experimentar que no tienes a nadie cerca.

Asi, una de las maneras que tenemos de realizarnos es a través de 'estar con gente', pero no de cualquier manera, ya que no es "estar por estar"sino con unas claves esenciales: comunión de ideas, intercambio de valores y cualidades, complementariedad, ayuda y perdón, respeto, cercanía, fidelidad, entrega mutua... Sentirse bien con una/s persona/s es lo que puede hacer que comprendamos que la vida no es que sea mas fácil pero si podremos descubrirla menos dura. La vida no es una mesa de terraza en la que ir rellenando sillas a su alrededor, sino una canción a la que hay que ir poniendo notas: blancas o negras, claves de interpretación e incluso silencios...

Por eso es don y tarea. No valen todas las actitudes, todas las palabras, todas las obras. A los demás no les puedes dar cualquier cosa, de los demás no esperas te den 'lo que les sobra'. Así pues descubrimos que es regalo de ida y vuelta.  De igual manera que nos gusta que nos acompañen, debemos nosotros hacer lo mismo.

En esta sociedad de tecnologías, de aislamientos a través de la pantalla de la vida que nos rodea, acompañar y sentirse acompañado se presenta como un reto, como un motivo de lucha, de esfuerzo. Exige conocerse muy bien para saber dar lo mejor, para saber también que es lo que podemos necesitar y dónde podemos acogerlo. 

Si pasamos por la vida sin pensarlo, sin examinarnos haremos una senda estéril, a nadie le merecerá la pena volver a recorrer ese camino. Es verdad que cada caminante tiene su camino, pero siempre tenemos modelos, ideales que nos enseñan el camino o cuanto menos lo desbrozan. Es bueno pararse a pensar qué estoy ofreciendo a los demás y si realmente les merece la pena estar junto a mi. Si estarán orgullosos de formar parte de mi vida o mi teléfono aparece en la lista de los 'indiferentes'...

Cuando compartes tu vida te das cuenta de que no tienes que tener siempre la razón, sino que es el cruce de los caminos de todos los que comparten tu vida. Lo único que nunca cambia es la verdad: siempre es la misma. 
Hace años un gobernador romano le preguntó a un condenado judío '¿qué es la verdad?', aquel prisionero - Jesús de Nazaret- se quedó en silencio... Nunca sabremos la respuesta. O si: igual la respuesta la tienes tu, dentro de tu corazón. Sólo hace falta una cosa, querer escuchar... ¿Estás dispuest@ a ello?

sábado, 28 de julio de 2012

Que no te miren, que te admiren!


Vivimos en una sociedad de escaparates. Nos encanta fisgar y en cierta manera que nos fisguen. Copiamos ideas de los demás, les imitamos en lo que nos gusta, aprendemos valores y soñamos con sus ideales.

Todo depende de los que muestres en tu escaparate: según seas o vistas o hables o charles tendrás más o menos seguidores, admiradores o - digámoslo sinceramente- fisgones.
La mayor desgracia hoy es vivir sin escaparate, o tenerlo simplemente abandonado. Es el momento en el que pasarás a engrosar la temible lista de los que nada tienen que decir, mostrar. Si no aportas nada que la gente quiera ver: a echar las persianas del cierre. No se trata de mostrar tu mercancía, estamos obligados a que esa mercancía sea atractiva, guste a los demás.

Por eso a veces es tan complicado vivir en sociedad. Requiere un esfuerzo por estar al día, por acatar los dictámenes de las modas de turno. "Hay que estar al día" nos repiten incansablemente aquellos que han decidido engrosar las listas de los que no quieren pensar por libre o decidirse a tirar la toalla en el ring del conformismo.

Pero nuestra historia es demasiado aburrida de esta manera. No podemos ser todos iguales. La vida la construyen los decididos a pensar por si mismos. Siempre habrá conformistas, siempre existirán parásitos que serán 'algo' a costa de confundirse con el resto. Pero si en algo hay que incidir no es en el simple "que te miren". Los valientes dan un paso más: que me admiren.

La vida es una oportunidad para que te admiren: por tu forma de ser, de trabajar, de ser buen amigo. Los chulitos de playa caducan en septiembre, los listillos de turno se desvanecen en los exámenes de mayo, los que tanto prometen mudan en cuanto toca arrimar el hombro. Por eso necesitamos, no escaparates, sino personas. A las que imitar, admirar, por las que dejarse sorprender. Sólo te enamoras del que admiras, lo demás no son amores sino simples gustos.

Así la foto que ilustra: una iglesia grande, que asombraría a todos los que la mirarían. Hoy sólo ruina, que nadie mira sino que lamenta. Por cierto, es Belchite.

No seamos simples escaparates de mercancías varias que la vida va agrietando. El tiempo va poniendo cada cosa en su sitio, el ridículo mayor es querer detener su avance. Tú se de los que admiren, que merezca la pena estar contigo. Por tus palabras, por tu sinceridad, por tu dedicación, por tu discreción, por tu entrega.

Que no te miren: que te admiren!

lunes, 4 de junio de 2012

La locura de ser normal

¡Ahí es nada! Cada día que pasa es un experiencia nueva. Unos días te despiertan las ganas de improvisar, en cambio otros no te despiertan ni a cañonazos. Otras veces sonreímos a la vida por lo estupendamente bien que nos sentimos, al día siguiente sólo sabemos rebuznar.

Se nos nota enseguida: el cansancio, el mal humor, cuando vamos de sobrados o cuando necesitamos que alguien nos palmotee la espalda. No podemos disimular cuándo alguien nos agrada o cuándo nos molesta.

Y lo difícil es ser normal. Pasamos de lo borde a como si no hubiera pasado nada. Vivimos en el difícil equilibrio de estar dando a la lengua y después como si hubieran sido sólo los demás. Pero es imposible mantenerse, algún día el torpedo llegará a la línea de flotación y todo se hundirá -más tarde o más temprano- pero se hundirá. Por más que mandemos el SOS, nadie ya responderá.

Lo único que se me ocurriría para rezar sería: ¡Dios! ¡¡¡Quiero ser un loco de la normalidad!!! Por que así la vida será más fácil para los demás; por que no todo lo tendré que hacer tan complicado; por que así no estaré buscando dobles sentidos a miradas, palabras o actitudes. La normalidad de saber decir las cosas a la cara, como amigos, que saben ayudarse, apoyarse, decirse lo bueno y lo malo. No se trata de "soy así, o lo tomas o lo dejas", las relaciones requieren un dar y recibir: aceptar lo bueno de la otra persona y esforzarme por ofrecer lo mismo. La amistad, el amor, no son vendas en los ojos. Si no gafas nuevas, más realistas, pero también capaces de detectar los errores.

Y en medio de una sociedad de apariencias y escaparates, de dimes y diretes... Ser normal es ser feliz, no ir al toque de las modas de turno. Es ser tú mismo, sin que los demás dicten cómo debe ser tu obrar o pensar tu conciencia...

Esforzarse, no por agradrar, si no por ser uno mismo, por ofrecer lo mejor de ti -aunque no te apetezca-; luchar por la paz y la alegría, por el buen humor, por la acogida. Por el respeto, no sólo para ti, sino primero para los demás. Por saber construir y no dividir.

Al final, encontraremos un camino: el recorrido de nuestra vida. Lo satisfactorio será dar la vuelta y descubrir con satisfacción rostros de personas amigas que han formado parte importante de nuestra vida. Lo peor sería descubrir esos sitios vacíos ¿no?... Tu vida, al final, no será sólo tu yo, sino la sumas de los que has conseguido convertir con tu yo en un nosotros...

¡A trabajar por la normalidad!



miércoles, 21 de marzo de 2012

¡Es mi última palabra!

¡Cómo nos encanta tener la razón! Jueces y señores de la vida, nos constituimos en norma de todo cuanto se mueve a nuestro alrededor. ¿Quién no se ha levantado alguna vez de alguna situación que le desagradaba? ¡Aquí estoy yo y aquí os quedais vosotros! Creemos que habíamos salvado nuestra dignidad ¿y fue así? Creemos reafirmarnos en nuestro yo si somos capaces de hacer cerrar la boca a otros. Siempre tenemos algo que decir respecto a los demás, respecto a sus obras.
¿Cuál es la última palabra en tus conversaciones? ¿Sobre los demás? ¿Sobre lo que acontece al que te cae mal? Nuestras últimas palabras sobre los demás encenderían nuestros ánimos si fueran sobre nosotros. Pero resulta muy fácil -y barato- hablar de los demás, por que siempre tienen la sana costumbre de no aparecer en ese momento. ¿Quién no ha sentido la tentación de no levantarse de una mesa cuando en pleno apogeo están cortando trajes a otros? ¡Cualquiera se levanta! Sabes que el siguiente es para ti.
Pero es verdad que por mucho que quieras cambiar la situación, poco podrás hacer. Pero si puedes intentar una última palabra: el amor. No se trata de convertirse en un bote de miel, sino en ser capaz de no igualarte, de no decir 'mira cómo son' pero en cuanto tienes la oportunidad eres peor que ellos.
La lengua, el mal de nuestra sociedad, el arma de los cobardes que prefieren sonreir a la cara, pero nunca decir su verdad. La lengua, fría lápida de sepultura que nos encierra en el nicho oscuro de nuestra soberbia aplastados por nuestro egoismo.
Por eso, nuestra última palabra es el amor. Sentirse útil, saber que te pueden necesitar, hacerse el encontradizo, no esperar a que te llamen, hablar sólo para alabar o disculpar, no hablar de más, saber callar... Todo un reto. Siempre necesitamos unos hombros, en los que a veces tocará reir, llorar, consolarse, abrazarse... Un amigo nunca se siente utilizado sino servicial. Pero si quieres que los demás lo sean, primero tendrás que sembrar... ¿Cómo sueñas que te llame el que nunca tiene tu número en las últimas llamadas?
Todo un reto: la lista de amigos ¿cuánto tiempo, dinero, esfuerzos, gastas en ellos? Ahí la medida, la calidad de tu amor. Cuaresma, examen.

miércoles, 7 de marzo de 2012

un mundo de copiones


Vivimos una realidad curiosa, mareada por el vaivén de las olas de la moda. Depende cómo quieras ser o qué pretendes que descubran los demás en tí, imitarás a una u otra persona. Tenemos para todos los gustos y variedades: clásicos, yuppies, góticos, ejecutivos, hippies, pijos...
Bandas urbanas, grupos sociales, clubs de deporte, asociaciones varias... A todos nos pueden encasillar en algo. Y todos, claro, debemos responder a esos moldes.
Nos hemos encargado de dejar a la libertad el poco margen de decidir qué quiero ser cada mañana. Pero la elección ya está hecha de antes: en el armario y la ropa ya colgada de antemano, en las llamadas o mensajes que mande a determinadas personas, en los amigos que escoga para pasar la tarde o ver un partido. Nos creemos realmente libres, pero de eso nada.
Podemos decidir si dejamos de lado una invitación de amistad de las redes sociales, o si un día nos creemos "liberales indignados" y nos saltamos el horario... pero no nos equivoquemos: mañana nos volveremos a enroscar en la manta que nosotros mismos nos hayamos liado. Nos gusta que nos identifiquen, nos encanta que nos clasifiquen, no nos gusta ser iguales a los demás. De este modo las diferencias -creemos- nos hacen más auténticos ¿más libres? No, realmente más encerrados en nosotros mismos.
¿Cuál es el verdadero camino? Ser realmente uno mismo. Pero no es nada fácil, ya el pobre Diógenes caminaba desnudo buscando una persona. No dicen si la encontró. El gran reto de cada uno es llegar a atreverse a mirarnos tal cual somos en el espejo: sin disfraces, sin caretas, sin miedos o temores, sin rencillas.
No se trata de ir por la vida por libre, claro. Unas normas mínimas de convivencia nos harán recordar que somos humanos y no animales. Pero dejar los corsés en el armario y decidirse a caminar por libre, sabiendo de quién te puedes fiar (en primer lugar, de tí mismo), será la mejor señal... No vivir preocupado por miradas o comentarios, saber que cada día tú eres la mejor decisión, experimentar que la mejor felicidad es saber que vives satisfecho contigo mismo -guste o no guste a otros-, poder decidir quién es importante y quién ha dejado de serlo. Acostarse cada día sabiendo que has vivido el mejor día de tu vida y que mañana al despertar te espera otro más ¿qué más se puede pedir si sabes ser libre?

domingo, 19 de febrero de 2012

Belchite (la soledad de la Victoria)



No fue posible la paz!" clamaba Gil Robles, y los campos de batalla le dieron la razón dejando abiertas cicatrices que ni el tiempo ni el perdón han podido cerrar. No fue posible la paz entonces y, quizá, ahora tampoco.
Visitar hoy Belchite es resucitar aquellos muertos y hacer tuya cada escena: oler la pólvora, palpar el miedo, escuchar tímidos rezos nocturnos, compadecerse por los gemidos de heridos hacinados en iglesias e improvisados hospitales. Recorrer el poco tramo de calle que aún se mantiene en pie te hace ser protagonista con aquellas gentes y adivinar detrás de cada ventana situaciones, miedos, proyectos, sueños y esperanzas... El casino -para la gente con pudientes-, las iglesias de san Agustín y san Martín, la moderna casa de la Domi, la del médico, el hospital de san Antón, el arco de la Villa, la plaza de Goya. El hogar de más de 3.000 personas que en pocos días verán perdido todo: casa, enseres, familia y futuro.
Belchite tuvo mala suerte. Quedó demasiado cerca de la línea de frente y demasiado lejos de ser algo importante. La República necesitaba propaganda. Santander "caía" y Zaragoza era inexpugnable. Se ofrecía como un caramelo apetitoso, fácil de tomar.
Pero dentro soñaron muy alto: se quiso hacer de ella una Numancia o un Sagunto aragonés. Requetés (tercios de Almogávares y Montserrat), falangistas, tropas del ejército y voluntarios del pueblo formaron la línea de defensa. El 26/28 de agosto de 1937 comienzan cerco y asedio. El 6 de septiembre todo termina. Son días de enconada lucha, casa por casa, habitación por habitación. Lo que tardas en recorrer 10 minutos los republicanos lo hicieron en 3 días. Dicen que murieron atacándola 7.000 hombres. En su defensa 2.500.
Belchite era una fortaleza, los asaltos de bandoleros o partidas carlistas habían delimitado su fisonomía, con sólo tres puertas de acceso. Se prestaba a ser buen baluarte, y supo cumplir. Pero desgastada por el intenso bombardeo aereo y de superficie, la superioridad numérica republicana forzó la máquina. Aquellos belchiteños que creyeron la victoria se encontraron con el horror: pared a pared el enemigo luchaba contra una defensa enconada. El trujal se convierte en socorrida sepultura y pronto 200 cadáveres serán quemados por las autoridades republicanas en una pira -tomado Belchite- donde hoy se levanta una cruz de hierro forjado.
En Belchite perdimos todos. Perdió la República, que gastó 7000 de sus hombre y muchos días de espera por una población que poco pasaba de 3000 personas. Perdió Belchite, que vió arrasado su sueño de gloria de ser un nuevo Alcázar de Toledo. Cayeron sus esperanzas de poder contemplar las banderas de aquel ejército que debiera haber llegado en su auxilio. Y perdieron los muertos. En el "Monumento a los Caídos" hay una pintada: honor a los muertos. Pero quizá los muertos no necesiten hoy honores, sino explicaciones... ¿para qué tanta vida segada? ¿Merecen las ideas políticas tanta sangre? ¿Mereció la pena el esfuerzo?
Belchite se acabó aquel 6 de septiembre. Es verdad que el pueblo fue ocupado por las Brigadas Internacionales y que después de la Guerra aún se habitaron algunas casas. Pero nunca más volvió a ser el mismo. Sus Iglesias quedaron en silencio y nunca más se oyó musitar rezos en ellas. Su casino, bares y el cine se quedaron mudos, ya no había más que decir. Sus calles, desiertas. Sus casas, hundidas. Las puertas de la Villa, abiertas -si- pero para que nadie entre ni salga, sólo el polvo del camino, impotente para sepultar en la arena del olvido tanta ruina.
Ruinas de fachadas que sólo esperan otro golpe de viento, cerraduras en destartaladas puertas que ninguna llave ya abrirá, huecos de campanarios que no esperan campanas, obuses estrellados en iglesias que ya no tienen por qué estallar, acequias cansadas de traer agua que nadie bebe, santos de escayola en bóvedas eclesiásticas a los cuales ya nadie mira ni reza, balcones sin alegres macetas, cerradas contraventanas condenadas a nunca más abrir... Sólo hay un lugar lleno, el único sitio donde fue posible la Paz: el cementerio y las diversas fosas comunes improvisadas en cualquier esquina. Allí todos somos iguales, sin vencidos ni vencedores.
Belchite duerme: las casas y tiendas vacías y sin corros de niños alborotando las calles, nadie se sienta ya en tertulia en torno a la fuente metálica del ayuntamiento, vacío el turno para la partida de cartas del bar... se fueron las monjas dominicas que habían roto su clausura para cuidar enfermos; volaron los sueños del Seminario Belchiteño, convertido en amasijo de ruinas; las dos bandas de música -cada una decantada por una idea política diferente- dejaron de tocar. El tempo de silencio se impuso por las armas... y si visitas Belchite te darás cuenta -las piedras te enseñarán la lección- de que todavía nadie -¡respirarás la tensión!- se ha atrevido a arrancar de nuevo el primer compás...

sábado, 18 de febrero de 2012

Hasta que la muerte nos separe...


Una de las cosas más 'curiosas' en las relaciones de hoy en día es cuando aparece la pregunta: "Y tú, ¿hasta dónde quieres llegar?". En fin, como si las relaciones fueran un pack de episodios de una serie que según te guste o entretenga pues sigues o dejas en el estante de las cosas olvidadas. Hemos convertido nuestras relaciones en un mero cubrir necesidades: así virtuales amistades en largas listas de facebook, tuenti o twitter pero que sirven para bien poco: tan sólo para fisgar nuestras fotos, envidiar nuestras vacaciones o estar enterados de todo lo que nos pasa (como si realmente les importara algo...)
Una escena simpática que veo cada día -cuando salgo a correr- es una parejita de ancianos que también recorren esa zona caminando. Lo curioso es que siempre van cogidos de la mano, nunca caminan separado. Bonita imagen ¿no? Muchas veces pienso que así deberían ser las amistades (o los amores): caminar por la vida, sabiendo que tienes quien te agarre, que nunca vas solo. Hasta que sólo la muerte separe esa unión.
Pero eso hay que ganárselo. No vale con que tus amigos -o aquellos que quieres que lo sean- lo apuesten todo por tí y tú no muevas un dedo. Hay que cultivar esa relación cada minuto. Demostrarles que se pueden fiar de ti, que nunca una palabra de crítica sale a sus espaldas, saber que no "presumes" de las cosas que puedas conocer por esa amistad, preocuparte de mandar de vez en cuando un msj o whatsApp... Son mil detalles, pequeños, pero es lo que precisamente hace grandes a las amistades.
Hoy a cualquier cosa llamamos "amigo": un perro, un gato, la tele, el ordenador, la wii... ¿Realmente aporta algo a tu vida más que compañía o distracción? Amistad es saber que tienes una mano que te guía, que te orienta, que te impulsa, que sabe corregirte, orientarte, perdonarte. Un persona que sabe hacerte sentir valorada y querida, importante. Sólo la amistad -junto a la familia y los amoríos- pueden hacer feliz. No está la felicidad en el tener, o pasarlo bien cada momento. Sino en la seguridad, en la certeza de que hay alguien que cuenta conmigo y que tú puedes contar con él.
De esta manera sólo la muerte puede romper lo que has conseguido fraguar: "el amor es comprensivo, es servicial, no lleva cuentas del mal; todo lo perdona, todo lo disculpa, no es maleducado ni egoista... el amor no pasa nunca."
Un amigo no es aquel que sólo llama cuando te necesita (que también lo hará), que sólo se acuerda de tí cuando no tiene con quien estar. Un amigo no es el que te deja tirado o contrariado o disgustado. Un amigo es el que sabe estar en cada momento... ¿por qué? Por que tanto tiempo y tanta vida habéis compartido -sufrido y disfrutado- que te conoce casi mejor que tú mismo ( e igual tú a él)...
Por eso tener un amigo es tener "otro yo", no son tan fáciles de conseguir, no se venden tan baratos... Es una aventura que siempre cuesta comenzar, que obliga a limar pequeñas asperezas del principio, que nos imperan a "estar al día" y no dormirnos en nuestras propias cosas...
En fin, ¿a cuántas manos agarras en el camino de tu vida?

domingo, 12 de febrero de 2012

Dia de san Valentín (el de los enamorados)



Es el día de los enamorados, o eso nos dicen...
¿Pero de qué amor hablamos cuando hay que celebrar su día?
Porque no es amor todo lo que nos venden:

- hay amores con fecha de caducidad: un fin de semana, un verano...
- hay amores que matan: por que no hay entrega sino sometimiento.
- hay amores aprovechados: ¡cuánto te quiero por lo tanto que me vales! ¡Cómo te quiero porque todo me lo resuelves, dónde iba a ir yo sin ti!
- hay amores fingidos, porque lo que no se cultiva acaba secando, y toca disimular.
- hay amores de “dónde vamos a ir a estas alturas que podamos estar mejor”: es un amor de resignación...

Hoy que a todo llamamos Amor, descubrimos que no todo amor merece una celebración:

Un maestro albañil se iba a jubilar. Le dijo a su Jefe dejaría la construcción para llevar una vida tranquila con la familia. El Jefe sentía que dejara el trabajo. Le pidió si podría construir una casa más, como un favor personal. Accedió, pero se veía que no estaba poniendo el corazón en su trabajo. Utilizaba materiales de inferior calidad y el trabajo muy deficiente. Era una desafortunada manera de terminar su carrera. Cuando el albañil terminó el trabajo el Jefe fue a ver la casa, dándole al albañil las llaves de la puerta ."ÉSTA ES TU CASA, ES UN REGALO PARA TI." ¡Que pena! Si el albañil hubiera sabido que estaba construyendo su futura casa, la hubiera hecho diferente.

¡Qué diferentes son las cosas depende para quién las hagamos: para nosotros, para un amigo, para un conocido, para un desconocido, para alguien que nos cae mal? Todo depende del amor que pongas... Por eso debemos preguntarnos qué amor tenemos que celebrar, ya que sólo los griegos diferenciaban cuatro tipos:

Hay un amor eros: una persona se siente atraída por otra y le gustaría ser correspondido. Es un amor que surge en la adolescencia como fuego en un bosque seco, pero que bien cultivado dura toda la vida y hace a uno feliz, es pasión desbordada que poco a poco vamos encauzando... Por eso decía el autor de “El Principito”: ‘Al primer amor se le quiere más, a los otros se los quiere mejor...’

Otro es el amor de “phylia”: es el amor de la amistad. De alguna manera son los que nos caen simpáticos, aquellos que empatizan con nosotros... Queremos a los amigos en lo bueno y en lo malo, somos capaces de perdonarles los fallos: “Los errores del hombre son los que le hacen especialmente digno de amor” (Goethe). Pero no les queremos como podemos amar a nuestra media naranja, es diferente pero sigue siendo amor.
un tercer amor es el stergo: es el que siente la madre por sus hijos. Este es un amor único, sólo una madre puede experimentarlo. “Hasta que he llegado a ser madre, no he comprendido lo que es Dios” (Doriot). Una madre da la vida por sus hijos, llega hasta el fin del mundo. No por todos haríamos lo mismo, ¿no?

Finalmente el amor “ágape”: desinteresado, que no quiere dar para recibir. No busca nada a cambio. Damos a los necesitados, ayudamos al enfermo y nos preocupamos de ellos: Es amar aun cuando no es correspondido y cuando no siente el deseo. Y este es el amor que hace la vida “útil”: no un amor de rebajas, de temporada o de oportunidad. Sino un amor que es capaz de vencerlo todo, de perdonar todo. Incluso de perdurar en el tiempo, en alas de eternidad. Es el amor del heroísmo, de las grandes hazañas, de las entregas de por vida, del altruísmo... Es una amor que crea Paz, unión, fidelidad. Es el Amor con mayúsculas: es fuerza que puede mover un mundo dividido por guerras y discordias. Es el amor también a las "grandes verdades": la Paz, el Bien, la Libertad, incluso Dios, que hace apasionar una vida entera en pos de esa verdad amada.

Más o menos, todos nos movemos entre estos amores ¿quién no ha soñado con una vida feliz, de atardeceres invernales en refugios de montaña con la chimenea encendida y esperas de amaneceres de verano en la playa? Todo siempre muy idílico, porque el amor sabe sacar lo mejor de nosotros mismos. Los secretos más ocultos que a ninguna otra persona haríamos portadora, nuestros sueños y nuestras pesadillas. No hay quien nos conozca mejor, por eso es difícil entender cómo si se rompe el amor se puede llegar a odiar tanto... El amor nos hace felices y -dicen- prolonga la esperanza de vida. El amor engendra paz, entrega, ilusión, entusiasmo, tranquilidad. Pero no nos equivoquemos, sigamos leyendo:


Por eso es bueno examinar en el baboso día de los enamorados:

Ø ¿Cuál es el amor dominante en tu vida, el que tiene más peso? ¿El eros, el de amistad, el de ágape? ¿Qué amor usas con los demás? ¿Son sólo un amor con fecha de caducidad? ¿Sabes amar pensando en eternidad? ¿Es amor o beneficio? ¿Es mi amor sólo pura genitalidad?
Ø ¿Cuál es la medida de tu amor? ¿Te conformas con el mínimo?
Ø ¿Cómo lo cuidas en los detalles, en las formas? ¿Es un amor de apariencia?
Ø ¿Cómo es tu vida respecto a los demás en esos pequeños detalles? Sólo ama a lo grande quien ama en lo pequeño ¿Soy consciente de ello? ¿Eres demasiado importante para amar al resto?

Ojalá puedan escribir de nosotros, lo que el poeta escribía con corazón enamorado:

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.


Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
¡esas... no volverán!.


Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.

Pero aquellas, cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!


Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.


Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!

martes, 31 de enero de 2012

¿Soy capaz de vivir?


Una de las experiencias más frustantes de la vida es cuando no saben corresponder a todo el cariño, preocupación, o por lo menos interés que pones tú primero en las cosas. Te preocupas de organizar un detalle, un viaje, una aventura... y a la otra persona parece que le da igual. Es, en verdad, algo decepcionante. Parece te quitan las ganas de volver a meterte en otra. Y no digamos nada cuando en esa persona lo que depositas son esperanzas, que a la vuelta de la jornada se quedan en nada.
Pero la vida también tienen sus sopresas: te afanas en conseguir algo importante para tí, quieres que toda te vaya bien y es cuando aparecen la enfermedad, los disgustos, los fracasos. O sea, que otro "fracaso"...
Por eso ¿dónde está el auténtico secreto para poder saber vivir? Sencillo: en uno mismo. Escribía Baudelaire: "Il faut être ivre. Tout est là: c'est l'unique question. Pour ne pas sentir l'horrible fardeau de Temps qui brise vos épaules et vous penche vers la terre, il faut vous enivrer sans trêve. Mais de quoit? De vin, de poésie ou de vertu, à votre guise. Mais enivrez-vouz"... Que viene a ser algo como así: ‎"es necesario estar siempre ebrio. Eso es todo: la única cuestion. Para no sentir el horrible fardo del tiempo que pesa sobre vuestros hombros y os inclina a tierra, deberíais estar ebrios sin respiro. Pero, ¿de qué? De vino, poesía o de virtud, lo que queráis. Pero embriagaos."
Y de eso se trata. En la vida hay que tener "algo" más. No se trata de ir viviendo sin más cada día como si en él nada especial pudiera encontrar. Hay que hacer de cada día poesía: de entrega, de tristeza, de esperanza, de alegría, de pasión... cada día es una oportunidad para no dejar pasar de lado cada persona, cada momento. La vida en sí misma poca cosa es, en cambio cada momento bien aprovechado nos hace felices y esos e contagia. Es verdad que habrá días de enfermedad, de desgracia, de tristeza. Pero lo sembrado en el corazón, florecerá. No en un tímido sueño nostálgico de lo que pudo haber sido, sino en lo que realmente es: ¡tú mismo! Que más allá de la dificultad sabes descubrir que lo más importante eres TÚ, y no los accidentes, las circunstancias, lo eventual, las respuestas decepcionantes de los demás o de la vida.
Todo depende de lo que quieras ver cada mañana o cada tarde reflejado en el espejo de tu vida: una lucha o una derrota, una pasión o un drama, una esperanza o una tristeza. Un yo o un "saco de problemas"... La respuesta la tienes delante de tí en un solo camino: seguir luchando.