"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 2 de diciembre de 2012

El amor no soporta el silencio



No podemos disimular. Somos -normalmente- hombres y mujeres que buscan la alegría. Nos encanta estar bien con nosotros mismos y con los demás, la alegría es tremendamente contagiosa. Nos entusiasma también que los demás lo pasen así con nosotros. Sonrisas, miradas, complicidades, incluso los silencios, encuentran sentido en esos momentos. Lo que nos apetece es que esas jarras de cerveza sigan bajando de nivel celebrando la amistad, o se confundan los humos del cigarro con el vapor del café. Una excursión, una aventura, una mesa, una oración... Todos esos ámbitos los sabemos aprovechar. Experimentamos en ellos  ansia de eternidad, deseo de que la vida siempre fuera así. Necesitamos estar enamorados, ser cómplices: pero de muchas personas, situaciones, alegrías, compañías, canciones...

Todavía nos hace reír aquella anécdota, la llamada inoportuna o la metedura de pata. Recordamos con agrado los momentos y complicidades vividos en torno a una mesa, aquella excursión que esperábamos no acabara nunca. No vivimos de melancolías, pero esos recuerdos son los que ensanchan nuestros corazones en los momentos bajos, en las situaciones difíciles, en los días de bajón. Por estar "enamorados" no vamos a evitarlos, pero si afrontarlos de manera muy diferente.

Si algo nos hace feliz es palpar la felicidad en la mirada del que te has tropezado de repente o del whatsapp que acaba de sonar en tu móvil. Alegría de saber que para esa persona eres importante, eres "alguien" por el cual merece la pena parar en el trasiego diario. Te apoyas en ese sentimiento, en esa vivencia. Es algo real: En medio de los ruidos y trajines de la vida, de las dificultades y enfermedades, de los hospitales y rehabilitaciones, de exámenes o conferencias, de trabajo rutinario o tráfico embotellado. Sobre tanto ajetreo sobresalen los momentos de amistad. Donde realmente eres tú, donde realmente los otros te valoran por lo que eres. Todos necesitamos esa parada, ese café, esa cerveza, esa mirada, esa sonrisa, esa complicidad.

Nos encanta, pues, ser felices y hacer felices a los demás. No lo podemos disimular. Lo mejor es estar "enamorado". Sólo un enamorado sabe lo que siente, lo que contagia. A alguien "desenamorado", frío, serio, rencoroso, lánguido sólo le entienden las frías y marmóreas estatuas de cementerio, inermes testigos de un tiempo caduco, condenadas también a la soledad pese a los cientos de cadáveres presentes.

Pero hay momentos en los que el silencio pesa. Nos duele el silencio, nos incomoda la "calma chicha". Cuando ya no hay quien se siente a tu mesa o apure su vaso contigo. Cuando el móvil espera el mensaje que nunca llega. Somos hombres y mujeres de ciencias: hacemos demasiados cálculos y por eso los cuentas no nos salen. El amor, a veces, se hace esperar, es encontradizo, escurridizo, huidizo. Y no me refiero al amor de enamorar, sino al amor aristotélico de amistad, que es uno de los más puros. Nos gustaría que nos amaran como nosotros queremos, que nos lo demostraran como nos gustaría que lo hicieran ¿pero es eso amor de amistad? No, más bien me suena a hipoteca.

Deja que cada uno te ame como pueda. El amor no es tanto detalle -que también- como seguridad: la tranquilidad de que tras ese número o esa matrícula hay alguien que merece la pena. Con café solo o descafeinado, con cerveza belga o una sin, con un vaso de vino o un botellín de agua. Pero déjate querer: práctica la sencillez, la acogida, el respeto, la verdad. Sé libre para que los demás se den cuenta de que también tienes tus límites y no hay que estirarte como a los chicles. No es el truco el que los demás me llenen el vacío que experimento, sino que entre tu amig@ y tú hagáis un todo, donde ya no hay vacío sino plenitud. No "necesito" a mis amigos. Son más que necesidad: son parte indispensable de mi vida. 

El amor no soporta el silencio, es verdad. Pero que ese silencio no sea la expresión del vacío interior por lo que crees deberían darte los demás. Que ese vacío sea el espacio necesario par llenarlo con las palabra y sonrisas, con la esperanza y paz que aportan aquellas personas -que de la manera que puedan- te demuestran cada día que  tu no eres un@ más.

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