"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


lunes, 24 de agosto de 2015

¡No vivas de rebajas!

                                     

¿Quién no ha sentido la profunda desazón del fracaso, del éxito no alcanzado o del sueño que se quedó a medias? Si en la vida lo que te enamora son la belleza, la profundidad de una mirada o un paisaje en el que te encantaría envejecer, no es menos verdad que el fracaso, la desilusión o la decepción forman parte ineludible del existir.

Enmarcamos elegantemente las fotos de los recuerdos que nos han hecho y nos siguen transmitiendo felicidad. Solo con verlas respiramos de satisfacción, de orgullo. Pero sin necesitar de marco también guardamos otras imágenes -empeñadas en no salir de nuestro recuerdo-, las que nos quitan la serenidad, las que nos recuerdan que ni valemos tanto como creemos ni somos tan necesarios para otros.

El fracaso o la rutina o la decepción  pueden llevarnos a un falso camino, que no deja de ser una rápida solución pero que engañosamente es quedarse a medias... Y es vivir simplemente de rebajas: Rebajamos el amor o la entrega o la felicidad o la risa o la compañía o los proyectos. Nos rebajamos a nosotros mismos y rebajamos por tanto a los demás. Entregamos el corazón o la vida o el atardecer al primero o al último que aparece. Cansados de esperar en la estación el tren de nuestra vida, preferimos subirnos al primer mercancías que aparezca. Y ese es el error.

No dudo que sea difícil convivir, proyectar, conocer, perdonar, dar una oportunidad. Pero no nos merecemos cualquier cosa, las rebajas siempre tienen truco: es lo que a nadie le ha servido. Y, por supuesto, yo no me apunto a esa dinámica.

¿Cómo son tus amores? ¿Tus convicciones? ¿Cómo cuidas los detalles o las pequeñas cosas? ¿Merece la pena amar como tu amas?

Para todos la vida es difícil, una escalera que según lo que portes en tu corazón o en tus manos o en tu recuerdo te costará mas o menos subir: pero la culpa no será de la escalera, sino de lo que llenes tu vida. También bajarla: si llevas demasiadas cosas en las manos, no podrás agarrarte al primer resbalón.

Todo es cuestión de qué color quieras ponerle a tu vida. Y si eres de primera o te conformas con las rebajas: ¡en tus manos queda!



viernes, 7 de agosto de 2015

El que te quiera, ¡que te busque!

                 
    
Si algo tiene nuestra historia es que nos ha conformado a todos según un parámetro dulce y feliz: la comodidad. Nos protegemos del exterior (contemplada la realidad desde el hundimiento de nuestra butaca o sofá) o del horrible repliegue del exterior. Gracias al milagro audiovisual, el universo puede penetrar en nuestra vida sin violentarla. La propia historia se evapora en signos y se borra ante su propio rumiar indefenso y lánguido.

Nos desayunamos con inmigrantes ahogados, extendemos nuestras toallas ante sus cadáveres arrastrados a esta añorada orilla y ya la tarde nos encuentra reconciliados con la vida mientras el hielo se va unificando con nuestra bebida blanca. ¡Salud!

Rapidez, eso si. La eterna novedad de estar al día. De no desfasarnos. De no sentirnos fuera del paso de la común normalidad. Cada noticia o acontecimiento o persona compiten entre sí para obtener nuestra atención. Todos reclaman unos minutos de nuestra historia, pero no todos tiene derecho a ella. 

¿Parece imposible? En nuestras palabras encontramos la respuesta: "hoy no hay nada importante". Y tan tranquilos. Noticias, sucesos, personas que desfilan por nuestros ojos sin llegar al cerebro: nada me dicen y, por tanto, selecciono inmediatamente. No tienen derecho ni al recuerdo (¡de cuántos solo nos acordamos cuando los vemos en las fotos!).

Quien quiere ser parte de tu historia -si deseas serlo de alguien- debe conquistar no solo la mirada, también el corazón pasando por la mente. No es que te conviertas (o se convierta) en algo útil, sino en alguien imprescindible. Con la mirada, actuación, sutileza. Como una eterna novedad, porque sorprendes y te dejas sorprender. "En cada calle, hay un desconocido que sueña con ser alguien. Es un hombre solitario que intenta demostrar desesperadamente que existe" sermoneaban en Taxi driver... ¡Todos tenemos derecho a soñar y no convertirnos en un mero sestear de butaca!

Olvidar el conformismo, quebrantar la esclavitud de lo seguro. Muchos nos son indifentes: no han demostrado su valentía, te han metido en el saco de la cotidianeidad. Y por eso te sales: porque te niegas a ser uno más, "algo más" de la vida de otro.

Si no te ponen en tu sitio ¿para qué seguir condenado a la rutina axfisiante de tener que llamar la atención continuamente con algo extraordinario cuando con lo que eres sirve de sobra? Si no te valoran, hazte el favor a ti mismo y desaparece, serás más feliz. 

Lo dicho, si te quieren... ¡que te busquen!


domingo, 2 de agosto de 2015

Dejar una cicatriz en el mapa del mundo

   
"Quiero dejar una cicatriz en el mapa del mundo", sentenciaba Perkens en La voie royale. Y razón no le faltaba. Sólo el perdedor quiere pasar de puntillas, sin hacer ruido, sin enganchar a nadie ni quedar prendido en nada. Quien siente perdida la vida se entrega a la rutina, ha desertado de la emoción o de la sorpresa, vive encarcelado en los parámetros de lo social, de lo aparentemente normal.

La vida es de los aventureros, de los que no se resignan. En una sociedad nihilista donde nada ya se espera, más que habituarse a ir tirando y resistiendo los embites de la cotidianeidad, sólo el aventurero enamora. Y se enamora. Y luchan. 

Lucha  de guerrillas: las grandes batallas han pasado a la historia. Desde que las bombas nos  asesinan inmisericordes, sin importar rostros o historias, lo que nos queda es la guerrilla. Los pequeños golpes, las insospechadas emboscadas en los bosques o altos de montañas. La sorpresa, lo no calculado, el desarmar en lo inesperado. "Cuando la sociedad destruye todas las aventuras, la única aventura que queda consiste en destruirla" sentenciaba una pintada del 68.

Convertir cada mirada, cada conversación, la mínima oportunidad en aventura: con tu vida, tus gestos, tu acogida. Aventura: una historia de locos, solo para locos. Sin calcular finales ni poner límites a la imaginación. Lógicamente, los calculadores o previsores o comodones o despreocupados han perdido su tren. Aquí sólo cuenta el que con su pequeño fusil sabe dar en el corazón o en la cartera o en toda la frente.

Pero ¡cuidado! la guerrilla no es de trincheras: eso es comodidad. Quedarse camuflado bajo tierra, donde el barro nos sumerga hasta los orejas en el fango de la mediocridad. La vida nos requiere en el pico más alto, en la playa donde el horizonte sea infinito, en esos ojos que sólo calculan eternidad. Donde aventurarse es partir: atreverse a cruzar mares, sueños, poner solo limites al miedo para que quede encerrado en las trincheras del conformismo. "Sólo se descubre un sabor a los días cuando se escapa a la obligación de tener un destino" (Cioran). El aventurero duerme bajo las estrellas, lucha junto al sol, sueña pegado a la luna. No se plantea malvivir con el rezagado o con el calculador... esos ya han perdido la aventura, la epopeya de su vida. Se conforman con ser uno más, con quedar sepultados en el barro de la mediocridad.

Ponerle a cada día sus metas, o dejarse sorprender. Sin asustarse de lo imprevisto, sin menguarse en las dificultas. Vivir revolucionado: saberse vencedor. Afrontar lo inesperado. Epopeyas de descubridores, conquistas de continentes, playas inmensas donde atracar las naves civilizadoras, cordilleras inmensas que tientan a clavar bandera que las corone. "Pienso en despertarte cada mañana, con un beso chulo y una guerra de almohadas. Pienso enamorarte en cada mirada con la sonrisita que yo se que te encanta: que no me puedas mirar del amor que sientes ya, que no quieras dormir sin mi, que no te quieras despertar", canta Dani Martin a las adolecentes que desean construir su teatro vital: el escenario donde desarrollar cada escena.  Y tiene razón: en lo pequeño comienza lo grande. En una mirada, en un encuentro, en un destino que no une casualidades sino aventuras. 

Las bombas sólo dejan cadáveres, la resignación moribundos. La guerrilla inflige heridas, deja marca, no sólo recuerdos. sino presencia viva. Las heridas de guerra nunca se olvidan, son parte de nuestro bagaje, nos conforman. Por eso es preferible portar heridas, marcar a otros con ellas: estaremos luchando, estaremos viviendo... ¿Ser uno más? ¡Nunca! Luchar yo mismo, en mi mundo, con mi empeño, con los míos: ¡Siempre! ¡Eso es vida! Y solo hay una... ¿a qué esperas?