"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 30 de marzo de 2014

Cuando la apuesta queda en tablas...

                                                
Sin remedio. Así nos podremos encontrar tantas tardes, sosteniendo en nuestras manos una cabeza cansada que no ha parado de pensar. Y todo por el resultado: perder o ganar. El empatar o quedarse en tablas no entra en nuestros cálculos, puede muchas veces costar ánimos, gastar energías útiles para otros fines, cargarse la alegría o, al menos, el entusiasmo. Perdido éste, es inútil ya intentar resucitarlo.

La vida no deja de ser un cúmulo de apuestas: sueños a conquistar, alegrías para compartir, tristezas que ansían quebrar una insoportable soledad. Pero somos hombres y mujeres de "comercio": no entendemos de empates. En los negocios bursátiles ganas o pierdes al invertir. Como una hipoteca: ganas a la vez que pierdes, pero sabes que lo que compras puede llegar un día a ser de tu propiedad. Como el coche o la segunda residencia. Por eso, no se nos puede pedir otra cosa. Si no invertes, pierdes. Si no arriesgas, no ganas. Podríamos caer en el utópico deseo de que yo no quiero ser igual que los demás pero el resultado será en vano: el ambiente nos puede, nos contagia, más bien nos infecciona. No es fácil nadar contracorriente. Nunca lo fue.  

¿Qué pasa cuando te equivocste en los cálculos, erraste, quedaste al descubierto, no te diste cuenta antes? ¿Pero sólo tengo yo ese el problema? ¿Y los demás?



Vivimos una sociedad que pasa de largo, que no se preocupa, que es capaz de caminar a tu lado sin darse cuenta de lo que quieres, ofreces o necesitas. Que incluso es feliz ignorándote para poder autoafirmarse en su propio yo. Curioso. La sociedad de la revolución plural, transformada desde dentro por un ip personal en el que encierro mi vida, mis proyectos y que es único horizonte de mis atardeceres o anocheceres. Nada se puede escapar de esa coordenada. Todo se encierra en esos números. Y esos números cifran mi vida entera. Tampoco es extraño: pagamos por ello (ordenador, internet, luz...), nos creemos con derecho. Pero las personas no son números, no son cálculos/momentos para rellenar un planning.

¿Dónde quedan los otros? ¿Qué lugar pueden llegar a ocupar aquellos que como piedras enlosadas forman el camino por el que discurre mi vida? En nada. O en piedras de toque o en simple tropiezo o en mero resbalón. "Si has formado parte de mi vida ha sido de casualidad, por desliz. O por necesidad. O por interés"... ¿Realmente estoy dispuesto a cambiar de derroteros? Pues no. Porque al final, cambiar da miedo. No siempre apetece lanzarse a la aventura.  Los valientes quedan para las películas, la cobardía es la señal de lo cotidiano. Y la rutina se presenta como mi mejor defensa, como el caparazón capaz de defenderme de aquello que me aterra, de lo que rompiendo mi barrera me deja al descubierto, montrándome incapaz de defender mis posiciones, dejándolas al descubierto para que "cualquiera" las tome al asalto; desesperado al contemplar cómo cae a la primera embestida aquello que durante tantos años me ha costado cimentar y construir.

Realmente, no merece la pena apostar. Mejor pasar desapercibido, no ser significativo para nadie. Pero si pagamos semejante hipoteca, no nos quejemos depués de los intereses.

Así, ¿para qué resistir o plantear batalla? Es necesario preguntar si merecerá la pena. Si la ocasión lo merece, como tantas veces afirman. No siempre la victoria es el inicio de una buena campaña. Una buena estrategia necesita de batallas, derrotas y victorias, que conformen las pequeñas historias de nuestros campos de batalla, aquellos conformados por las mismas baldosas que nos hacían resbalar o tropezar o patinar. La baba del miedo al futuro o del miedo al otro nos imponen su respeto, dejará al aire una boca llena de palabras huecas, que han quedado en redoble de tambor al cual nadie ha acudido. Y hemos quedado cansados de tocar el tambor y de esperar...

La mejor victoria es una buena retirada o un plantearse de nuevo la realidad, capaces de no preguntarse ya por qué hay que cambiar, sino de reconocer que a lo mejor el cambio no necesariamente pasa por mi, sino por los demás. Igual es necesario apagar el ordenador y desconecar internet. Conectarme no con lo/los de lejos, sino con el de al lado. Calcular si a largo plazo los intereses hipotecados no acabarán enterrándome en la soledad, en la indiferencia del resto. Si al final el pozo en el que me he metido no lo he excavado yo solito.

Si no es así, luego no podré pedir responsabilidades. Si no es así, no podré quejarme. O ahora o nunca...



lunes, 3 de marzo de 2014

Audacia: ¡Punto final!


                           

Es fácil exigir responsabilidades, pedir explicaciones, buscar compensaciones.
Solemos recorrer el camino de nuestra vida como únicos protagonistas, valorando muy mucho acontecimientos, personas y actitudes. Sin querer (¡o queriendo!) nos convertimos en jueces, poseedores absolutos de una verdad que los demás parecen no descubrir. Esa verdad la solemos identificar con nosotros mismos. 

Sólo cuando hacen lo que queremos o actúan según nuestras intenciones, son buenos.
Creemos que tenemos una vida complicada, difícil, ajetreada. Actuamos, igual que con los peones de ajedrez, moviendo nuestras fichas, esperando un jaque. Colocamos a la personas como piezas del tablero: según la conveniencia, intentando ganar siempre la partida. Pero palabras como gratuidad, sorpresa, iniciativa, aventura no entran en nuestras variables.

Y al final ¿qué nos queda? Sólo el tablero. Vamos perdiendo las fichas, porque nos las van comiendo la desgana, la rutina, las oportunidades perdidas, las palabras nunca dichas, la sorpresa nunca dada. Los demás tienen la obligación de entendernos, comprendernos. Pero es una actitud que negamos al resto. Como mucho podemos responder poniéndonos la careta de víctimas, de incomprendidos. Echándoles la culpa. 

Actúan incluso como haciéndote un favor. Echándote en cara con su actitud que no sabes agradecer el "¿esfuerzo?".

Por eso, hay que saber romper, cortar, callar, obviar. Aunque duela. No estamos hechos para ser utilizados. Sino para compartir, disfrutar, sonreír, aprovechar, construir. Y lo que necesitas en la vida es quien contagie esas actitudes. Quien nunca tiene tiempo para ti, quizá es porque no te merezca. Quien sólo tiene excusas, realmente te evita. Quien sólo piensa en ti como un cálculo, ha dejado que seas algo más, pero no alguien.

Y la vida no está hecha para eso. Ojalá nuestra meta fuera contagiar aquello mismo que somos: esperanza, ilusión, empeño, ganas de superarse, acogida, perdón, respeto, sinceridad.

Y donde se lee personas, veanse también actitudes, hábitos y actitudes que no nos llevan  ningún lado, más que a la presunción de nuestro propio egoísmo o vanidad.

¿Merece la pena compartir el camino con aquel/aquella que no sabe contagiar sino distanciar?