"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 25 de septiembre de 2011

No me da la gana




¡Cuántas veces ésta ha sido nuestra contestación! Somos – o eso nos creemos- señores de nuestra vida, de nuestra libertad y como tal decidimos: ¿Tiene que ser ahora? ¿Tiene que ser así? ¿Hay que hacerlo de esta manera? Y no es que terminemos aquí, sino que a veces hasta nos enfadamos porque no ha sido como nos hubiera gustado a nosotros, porque parece han venido a robarnos nuestro tiempo...

Así es la vida: una lucha de contrarios, o tú o yo y a ver quién gana. Cuántas veces escuchamos: aquí sólo triunfa el fuerte, aquí sólo progresa el cara, ésto ya no hay quien lo arregle. Es un mundo ¿verdad? descolorido, triste, por más que nos vistamos de colores para disimular. A este mundo le falta algo, y creo que es algo sencillo: una simple respuesta.

¿Quién alguna vez no ha sentido “remordimiento”? Pero no por meter la pata, o ser despistado, u olvidarnos de algún cumpleaños, no, no: Porque sabemos que en determinado momento lo hemos hecho mal y además sabíamos que era así. Pero para no acordarnos del remordimiento: ala, a buscar a quien echar la culpa que es más divertido y por eso cuando nos paramos y miramos para adentro escuchamos lo que no queríamos oír: “porque miras la paja del ojo ajeno y no ves la viga en el tuyo”.

¿Es malo tener remordimiento? No, es sanísimo: es como quitarse kilos, pero esta vez de egoísmo. Si quitas el remordimiento quiere decir que eres como una naranja que se va pelando: se le va quitando lo más “ácido” (¿y qué es eso sino el lo que algunos llaman "pecado"?) para que todos puedan disfrutar del interior. Pues lo mismo: ¡cuántas veces tendremos que quitarnos la piel dura que hemos puesto para proteger nuestro interior!

¿Pero se puede quitar la piel así como así? Pues no, seríamos como el niño pequeño que arranca la piel y tira media naranja. Necesitamos de los demás. Es preciso conocernos cada día mejor. No se puede ir por libre, en esto de la vida tampoco: nuestra razón nos dice qué es lo bueno, lo que nos puede hacer feliz. No es lo primero que se nos ocurra -porque eso es capricho- sino lo que verdaderamente nace de la reflexión, del pensar en serio en mi vida, qué quiero, a dónde voy y con qué aperos estoy haciendo este camino. Por eso el video de hoy, un canto a que la otra persona es decisiva en mi vida ¿no?

Os invito esta semana a conocernos mejor, a descubrir nuestros “no me da la gana” particulares... A veces es cuestión de una sola cosa, otras veces es con algo diario o cotidiano. No me da la gana: servir, acercarme, ayudar, sonreír, hablarle, comprenderle, quererle, perdonarle...

El remordimiento -bueno- es como un río que acaba en un mar: el de la felicidad. Viviendo sin remordimientos, sabiendo que intentamos hacer siempre el bien se vive mucho más feliz.

Sólo hace falta querer: ¿nos atrevemos a ello?

domingo, 18 de septiembre de 2011

más vale bien-perder que mal-ganar ¿o no?

http://youtu.be/906XQxaXjm4

Nada hay más humano que protestar, que compararnos para todo con los demás. No nos gusta que nos comparen los demás con otros, pero nosotros enseguida sacamos la proa: "¿por qué a ellos si y a mi no?". Es lo que pensamos cuando, por ejemplo, la lotería de Navidad les toca siempre a los demás y a mi, nada de nada. Y es que realmente este mundo -dicen- tiene que estar hecho de ganadores, el que simplemente empata no vale (no digamos ya si encima pierdes). Pero hay cierto hálito de compasión, al que pierde siempre le queda un consuelo, el que le dicen los demás: no hay mal que por bien no venga, pero claro, si ese mal es para los demás.

Nos duele perder, que no salgan las cosas como queremos. Perdemos los nervios, la paz, incluso el sueño por las cosillas más insignificantes. De una gota sacamos océanos donde no llegamos al fondo con el pie. Nos complicamos la vida por dimes y diretes: por lo que yo dije... porque tú dijiste... porque yo pensaba... porque a mi me parecía... porque me habían contado...

Nos justa ser jueces. Emitimos veredicto sin haber escuchado a la otra parte, veredicto siempre de culpabilidad, claro. No nos preocupamos de saber si realmente el otro puede tener razón, no: nosotros creemos que ya tenemos la verdad ¿para qué vamos a necesitar la de los demás? Elevados sobre el estrado nos hemos convertido en dioses olímpicos que desde la impasibilidad de sus tronos deciden quienen son los buenos y quienes los malos.

Podemos realmente preguntarnos si ganar de esta manera merece realmente la pena. Yo, por mi parte, prefiero ser un perdedor. Me niego a que los demás dicten mi conciencia, que la "mayoría" decida por mi libertad. Hay cosas más importantes que ganar: la amistad, el amor, la vida en familia, la confianza, la esperanza, esperar cada día a ser alegre, la conciencia personal... Prefiero ser juzgado mil veces que atreverme a juzgar yo a otro. Prefiero perder cada día el juicio social sabiendo que puedo hacer feliz al que forma (o puede algún día) parte de mi vida.

Pero claro, todo depende de los que estés dispuesto a arriesgar... ¿te atreves a quemar las naves?