Lo peor en la vida es ir poniendo el corazón en las cosas y no en los personas. Dinero, placeres, caprichos, egoísmos, vanidades, perezas, falta de entrega... De ahí siempre brota el mal: difamaciones, críticas, envidias, sensación de constante derrota. Cuando mi corazón es envidioso o egoísta no descubro amigos, sino enemigos, rivales. Más aún, el dinero puede dar aparentemente la felicidad, pero es a costa del mercado: puedes comprar en la medida que tengas. Eres feliz - supuestamente- cuando tus posibilidades te permiten aquello con lo que crees puedes llegar a estar satisfecho. Pero la televisión, la wifi, el iPad o la consola nunca serán tus amigos. Como mucho, entretenimiento. Nunca te comprenderán, apoyarán, animarán. Si no hay electricidad, no funcionarán. Al final, puedes comprar todo lo que puedas, pero necesitarás de otros factores para que puedan funcionar ( electricidad para electrodomésticos, carreteras y rutas para btt, playas para veranear, infraestructuras donde poder vivir y desarrollarse). La felicidad aparente del dinero no sólo depende de lo que tenga o adquiera, los factores externos cuentan.
Un amigo, en cambio, no necesita electricidad. Siempre sabe estar ahí. No requiere de más condicionamientos que mi presencia (incluso sin ella, saber pensar en mi). Y ahí es donde debemos poner el corazón. Así, lograremos siempre comprensión, ayuda, estímulo, perdón, esperanza. Porque podrá "leer" nuestro corazón, nos comprenderá. Si es que sabemos nosotros primero dónde tenemos el corazón... Es cuestión de principios.