No suelen ser nuestros días unas jornadas de película tipo Indiana Jones ni tienen como banda sonora el "ai-ho" de aquellos siete felices enanitos. Lo "mas normal" es lo que nos define: un atardecer igual que a todos, como la noche y como las circunstancias. Esperamos la oportunidad que no llega o la aventura que nunca realizaremos. Y así se nos pasan las tardes, soñando y metiéndonos en la cama con la sensación de que algo nos ha faltado.
Somos aventureros, soñadores, únicos y geniales. Pero necesitamos una ración de realismo, la que invariablemente nos recuerda que somos iguales a los demás, pero sin dejarnos caer en el vulgar y deprimente uniformismo de la rutina. Con la cabeza y la imaginación conquistamos el mundo pero la realidad nos estrella contra el muro de la cotidianidad... ¿Desesperarse por los sueños que no llegan? ¡Nunca! Simplemente: saber esperar, creer que se puede...
Saber combinar lo genial con la rutina, esforzarse por "el pan nuestro de cada día" sabiendo aportar una pequeña dosis de ¿locura? a nuestra vida. Una cumbre por conquistar, un río por navegar, una cena para nunca olvidar, un viaje pendiente o aquellas páginas del libro que nunca acabé. Llenarte la nevera de notas con metas a realizar, cubrir de fotos la parte trasera de la puerta de casa con paisajes que debes visitar antes de que se te acaben las fuerzas, llenarte el coche de post-it con los restaurantes en los que por lo menos una vez hay que cenar o comer. Llenarte de sueños, de esperanzas, de ilusiones, de proyectos... que animen la rutina, que den vida a tantas horas muertas, que te demuestren que vives y no eres más que un saco de huesos para vestir con ropa bonita.
Pintarse, quizá -como cantan-, de color esperanza...