"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 16 de octubre de 2011

la pelea de cada día

Desesperaba un pobre aventurero en medio del desierto. Había creído que la ruta sería más corta y se equivocó. Los kilómetros se iban sumando en aquel inhóspito paraje, junto a la desesperanza y el pensar “todo se acabó”. Hasta que a lo lejos barruntó un pequeño edificio. La esperanza brilló en sus ojos y con todas las fuerzas que aún le quedaban pudo recorrer el trecho que le separaba. Por supuesto la puerta estaba abierta. Al entrar, aunque el tejado estaba completamente desvencijado pudo acurrucarse debajo de la sombra. Allí permaneció un tiempo largo, hasta que los ojos –quemados por tanta luz- pudieron atisbar en el otro extremo de aquel chamizo ¡una bomba de agua! Ni que decir que nuestro protagonista, cual resorte, se puso en pié hacia aquella bomba y con las pocas fuerzas que aún le quedaban empezó a bombear… pero todo esfuerzo era inútil. Nada de nada. Desesperanzado ya se desplomó al lado de aquella bomba. Pero descubrió al caer una botella ¡llena de agua! a su lado. Al tomarla en sus manos se dio cuenta de que traía escrita una etiqueta: “para poder accionar el mecanismo de la bomba echa el agua de esta botella en su interior, después vuelve a llenarla para el siguiente”… ¿Qué hacer ante esta situación? Sólo quedaban dos caminos: o desconfiar del escrito y beberse el contenido de la botella o hacerle caso y confiar. El caso es que nuestro aventurero se decidió a confiar en aquel mensaje que no sabía si sería una broma de mal gusto o si funcionaría de verdad. Desparramó el agua en la bomba, comenzó a accionarla y al principio nada de nada, pero al final ¡por fin! un pequeño hilillo de agua fue el anticipo del gran chorro con el que pudo salir de aquel desierto.
Y es que este es también el reflejo de nuestra vida. ¡Cuántas veces también nosotros nos hemos visto en el desierto, en la soledad, en la desesperanza! En muchas ocasiones nuestra vida ha acabado al lado de una botella de agua cerca de la bomba de agua. Pero qué difícil es dejarse ayudar, confiar en los demás. Es muy fácil confiar en uno mismo, creer que todo lo sabes y que con todo puedes. Pero en el desierto te das cuenta de que tú solo no podrás llegar a la salida, que es necesario confiar, abrir el tapón de la botella de tu vida y vaciar su contenido. Pero es tan difícil quedarse sin nada, en la pobreza más absoluta, en la indigencia más extrema… ¡que queda de mi yo, de mis cosas, mis criterios, mis…, mis… !
Pero entiendo que lo difícil es fiarse ¿de quién? ¿y por qué? Pero eso era de la semana pasada.
Hoy sólo invito a pelear: La vida es de los que luchan, de los que se esfuerzan. La vida es una guerra ganada, pero nos toca a cada uno ganar cada batalla de la vida, de los pequeños momentos. Me gusta una cita de uno de los contestados santos del siglo XX: “si los perros ladran en tu camino, ¡desprécialos” Simplemente genial!

Por eso escribía Miguel Hernández:

“Quien se para a llorar,
quien se lamenta contra
la piedra hostil del desaliento,
quien se pone a otra cosa que no
sea el combate,
no será un vencedor,
será un vencido lento”

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