"No camines detrás de mí, puedo no guiarte.
No andes delante de mí, puedo no seguirte.
Simplemente camina a mi lado y sé mi amigo"
(A. Camus)


domingo, 27 de febrero de 2011

ande yo caliente, ríase la gente....


Cuando se construyó el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, se dijo de él que era la octava maravilla del mundo. Lo mandó construir el rey Felipe II para conmemorar la batalla de San Quintín, ganada por los españoles a los franceses el día de san Lorenzo de 1557. Encargado de dirigir las obras de su construcción fue el arquitecto Juan de Herrera.

El edificio comenzó a construirse en 1561 y no se acabó hasta veintiún años después. Felipe II solía visitar las obras. En una ocasión, entró en la cripta que está debajo de la entrada de la iglesia. El rey observó cómo se estaba construyendo el techo, y ordenó al arquitecto que pusiera una columna en el centro, pues estaba seguro de que sin este apoyo no podría sostenerse. Juan de Herrera no puso ninguna objeción y colocó la columna, según los deseos del Monarca. Cuando enseñó a Felipe II la obra ya terminada, el Rey le agradeció que hubiese seguido su consejo de poner la columna. Y entonces el arquitecto la derribó de un puntapié. La columna era de cartón y no sostenía nada. Y así quedó demostrado que el techo no necesitaba ninguna columna para sostenerse.

Esa es también, muchas veces, la historia de nuestra propia vida. ¿Sabéis a qué tenemos mucho miedo? Es algo que según te vas haciendo mayor puede parecer que te va dando igual, pero tampoco: una de las cosas que más nos preocupan es “¡¿qué pensarán los demás de mí!? Por que una es la intención con que haces las cosas y otra muy diferente la que la otra persona pueda entender. Nos preocupa –aunque pensemos que no- lo que digan, piensen, valoren algunas personas...

Nos inquieta ser incomprendidos, quedarnos solos, sentir que hemos fracasado, que las cosas no han salido como esperábamos, que quisiéramos haber hecho mucho más de lo que hicimos, que nuestras palabras no llegaron, que la mirada fue malentendida, que la risa no fue todo lo oportuna que buscaba, que ese perdón no llegó a tiempo... Y esos sentimientos representan columnas de cartón que vamos poniendo a la cúpula de nuestra vida, porque parece que si no se derrumbaría...

Por eso, hoy tenemos que ser capaces de pegarles una patada a todas y mandarlas lo más lejos posible... Pero necesitamos varios ingredientes:

1. Humildad. Creías que podrías con todo, pensabas que la vida no tendría dificultades y cuando menos te lo esperabas la vida y sus complicaciones te estaban esperando. No podemos con todo, necesitamos de los demás. Nuestras manos no pueden hacerlo todo, nuestro corazón amarlo todo, nuestras palabras llenar todo el silencio. Necesitamos las manos, el corazón, las palabras de los demás. ¡Nos necesitamos unos de otros! ¿Parece sencillo? Entonces ¿porque no es ya una realidad? Porque todavía nos puede nuestro peor enemigo, el que nunca duerme: yo mismo. “Es que no sé si podré, es que no sé para qué hablé, es que no sé por que todo me tiene que pasar a mi, es que no les puede tocar un poco a los demás...” Somos nuestros peores jueces cuando las cosas salen mal, cuando se tuercen. Para lo bueno no, siempre nos parece poco. Tenemos que ser lo suficientemente humildes para dejar a los demás formar parte de nuestra vida, de nuestras cosas. Eso es el amor: lo mío tuyo, lo tuyo mío. Un “nosotros” eterno.

2. Sinceridad. ¿Todo lo que tienes, realmente lo necesitas? Vemos hoy cómo la crisis aprieta, y no sólo en España. Bastantes familias lo están pasando muy mal, y muchos que vinieron aquí en busca de trabajo o se han ido ya de vuelta o mandan mucho menos dinero a sus países. Pueblos enteros del mundo árabe están en pie de guerra... Y yo, ¿todo lo que tengo para vivir realmente me es totalmente necesario? ¿No nos hacemos demasiadas complicaciones, demasiadas esclavitudes? ¿No vivimos demasiado pegados a las cosas, a las marcas, a la imagen, al qué dirán? Nuestros armarios, baldas de estanterías, trasteros nos muestran cosas que nos sobran. Igual en el corazón, en el mente, en los recuerdos. Claro, es que los demás son así, nos defendemos... entonces quiere decir que tú eres igual que los demás. Si nos quedamos un día sin luz, quemamos el ayuntamiento; pero si vivimos esclavos de nuestras cosas, ni nos enteramos ni nos preocupamos... Ya reflexionaba R. Martin du Gard: “La vida sería imposible si todo se recordase. El secreto está en saber elegir lo que debe olvidarse.”

3. Providencia. “Trabaja como si todo dependiera de ti, sabiendo que todo depende de los demás”. Mucha gente sólo necesita a los demás en sus problemas, dificultades. Guardas las tarjetas de visita para llamadas en caso de necesidad o favores y enchufes. Pero en esa vida de cada día ¿cómo están presentes tu familia, amigos, conocidos? El ruido, los jaleos, las prisas, la vida, la lucha, las contrariedades nos sumergen en mil líos que nos impiden estar más cerca del que deberíamos. Una persona, un familiar, alguien espera por nosotros. Está dispuesto a compartir lo mejor que tiene contigo. Lo única que hace falta es “dejarse querer”... ¿pero no somos a veces muy duros de mollera? Le pedimos a la vida lo que nunca podrá darnos, mientras la vida nos ofrece sus mejores dones, siendo nosotros incapaces de reconocerlo, esperando siempre “por lo mío”...

¡ES VERDAD QUE LA VIDA ES SIEMPRE LA MISMA, HACEMOS LO MISMO CASI A LAS MISMAS HORAS: PERO NO NOS DEJEMOS VENCER, LUCHEMOS PARA QUE CADA DÍA SEA DIFERENTE!Sólo es digno de libertad quien sabe conquistarla cada día” (Goethe)

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